La mente turbada. El corazón en vilo. El estómago hecho un ovillo que vibra. Las manos sudorosas. Las palabras correctas perdidas en la materia gris más nebulosa. En la garganta se atropellan en tropel, las que no deben salir. En un suspiro se iba la vida y en las lágrimas caían pedazos de ese amor, que inmensamente fue poderoso.
El puño, cerraba la rabia contenida. Los ojos buscaban miles de puntos en los cuales posarse, mientras los vasos capilares hinchaban su tamaño, mostrándose más rojos.
La sangre bombeando rápidamente, los oídos zumbando y filtrando cualquier ruido externo a su voz. En el cerebro las neuronas explotaban tratando de escuchar y a la vez hacerse escuchar.
Una vorágine de ira comenzaba a producirse en el interior del cuerpo, en algún recóndito lugar, al que no se puede llegar, ni conocer. Los sentidos se aceleran, todo se ve, se siente, se oye más rápido. Ahora las palabras no se escogen, se disparan. El cerebro organiza frases hirientes, que hacen blanco. Crece el mounstro de ira, devorándose todo aquello que causa cordura. Buenos pensamientos, buena conducta, decencia, buenos augurios… el amor.
Explota la súper nova. Una pared, inocente recibe el golpe de gracia. Victima justificada de la vorágine que todo lo arrastra hacia sí, como un agujero negro sin control. El rostro desencajado, la mirada inyectada en rabia. La saliva saltando por los labios, perdido el reflejo de controlarla. La vista, borrosa. Sin sentido. Los nudillos rojos, hinchados, sangrando.
El mounstro se detiene, lleno de ira irracional, primitiva. La cordura se asoma, pero es tarde, no debe dejarse atrapar por la vorágine, pues todo se perdería. Corre, corre, corre, pero no puede salir del cuerpo. Corre. El corazón late, fuerte, haciéndose sentir. Cada latido cuenta. Boom… Boom… Boom…
La ira se desespera, mala compañera, signo de debilidad. Debe apurarse y retomar el control del cuerpo. Por fin bloquea a la cordura. Entre el hipotálamo y la base posterior del cerebro. El momento más importante ha llegado, lucha milenaria y extrasensorial entre el bien y el mal. Todo se resume a este momento.
Por un lado se ve a la razón sin sentido, tirada en un rincón. Sangrando, postrada, inerte. Hace rato que la perdimos.
La cordura acusa el golpe. La ira se regocija en la victoria. Esta vez, la puerta, que se atravesó en el camino, fue convertida en un misil que choca contra el marco, produciendo un ruido ensordecedor.
La calma esta muy lejos de llegar, se encuentra sola la cordura ante su futuro verdugo. El demonio de la ira levanta llamas que queman las neuronas. Crece el odio, el resentimiento y la crueldad. Salen a flote. Gritos lastiman. Boca seca. Sin sentido, perdido.
Un escalofrío sube por la espalda, profundo, frío, triste. Como un viento helado hace presencia la tristeza. Sin embargo, la cordura aún esta de pie. No cae… Mantente, susurra la razón.
Se descontrola la ira, desespera, gasta energía, pero la cordura, golpeada, aun esta de pie. Resiste, aguanta, ataca. Ataca, sin pegar, sólo manteniéndose en pie. Resiste, aguanta, ataca.
La vorágine pierde fuerza, la ira poco a poco va perdiendo tamaño y se retira a su hueco subterráneo dentro del cuerpo. La cordura aún se mantiene, pero no se puede erguir y justo cuando se va a desplomar, el arrepentimiento le tiende la mano.
Los ojos ven claro, los oídos dejan de zumbar. Los latidos del corazón se sienten en los nudillos hinchados, ya la sangre hizo costra, pero los dedos duelen al moverlos.
El cerebro procesa la imagen de un rostro consternado, asustado, triste. Un rostro asociado al amor, a la felicidad. La vergüenza comienza a levantar el desastre, la calma aún no llega. La cordura ve a su alrededor y piensa – Pudo haber sido peor.
Pero en su interior, le asusta que pronto, muy pronto y en el momento menos pensado, la ira volverá y tal vez no seamos tan afortunados. El amor le abraza agradeciéndole, mutilado, triste y sin paz.