viernes, 26 de marzo de 2010

Decepción (3/8)


Ella, como Plácido, compartían en la misma medida un gran amor por la libertad de acción. Por estar libre de ataduras y compromisos. Por el vivir día a día, sin más responsabilidad que ellos mismos.
Por supuesto que desde ese punto de vista, es muy difícil conciliarse con la idea del matrimonio. Así pensó Plácido y se sintió feliz al decir esa palabra que le había asustado por tanto tiempo. Pero que ya había llegado para quedarse.
De la alegría dio paso a la locura, corriendo como un niño hacia el baño, mientras se iba desnudando, dejando un rastro de ropa por donde pasaba.
Hizo todo lo más rápido que podía. No le importó dejar el baño mojado, o la toalla húmeda sobre la cama. Ni siquiera haberse puesto medias de colores distintos. Sólo dudo un momento a la hora de escoger entre un jean o unos pescadores. Era domingo. Lo recordaba perfectamente, de hecho, lo recordaría toda su vida. Recordaría este domingo, como el día más feliz de su vida. Era domingo, entonces pescadores y zapatos de goma.
Cogió la cartera, las llaves del auto y se fue sin notar que Manu no trató de salir cuando dejó la puerta abierta, en el momento que se devolvió a tomar el celular.
Trato de mantener la cordura mientras manejaba. Era importante llegar vivo a su cita con el destino, se decía entre risas. Plácido estaba a reventar de contento. Aun no le había dicho nada a ella, pero se alegraba de poder sentar cabeza con esa mujer tan especial.
No sólo era bella, que de más está decirlo, parecía una modelo de revista, de hecho, levantaba todas las miradas por donde pasaba, de hombres y mujeres. Y a Plácido, más que lamentarse o sentirse opacado, se sentía el rey del mundo. Internamente, le daba mucha risa la envidia que podía levantar, incluso entre los amigos. Como la vez en que Camilo, luego de tres botellas de escocés, con el hablar entrecortado, pausado y arrastrado, propio del que está bajo los efectos del alcohol le dijo:- Bro, cuídala. Cuídala, porque esa es tremenda mujer. No, perdón… Es un monumento de mujer. Tal vez demasiado como para ti. Que ojos, que boca, que cuerpo, que manos… Cuídala, no te vayas a quedar sin esa diosa.-
Plácido se sonrió. Camilo era más que un amigo. Era un hermano. Cuantas aventuras, cuantas situaciones habían vivido juntos. ¿Cuántas veces no había sido Camilo, quien le cubriese la espalda? Pobre Camilo, en la mañana siguiente no se acordaba de nada y pasó una semana disculpándose, con  los dos. Con él y con ella.
Faltando dos cuadras para llegar a su destino, usó el consabido código de repicarle 3 veces, para que ella fuese bajando y lo esperara en la planta baja del edificio.

lunes, 22 de marzo de 2010

Decepción (2/8)

El agua fue como un elixir divino que bajaba por su garganta, hidratando de nuevo su cuerpo y produciéndole una sensación de tranquilidad que ya comenzaba a extrañar. Eso le dio fuerzas e incluso coraje y se dispuso a no darle más vueltas a la situación. Había tomado una decisión y la iba a llevar a cabo.
Le dedicó una mirada a Manu y vio su lengua acompasada con la respiración entrado y saliendo de la boca del can. Caminó hasta la mesa, tomó su teléfono celular y apretó el número 2 del marcado rápido.
Repicó 7 veces, antes de sonar la tediosa voz de la grabadora, autorizando a dejar un mensaje luego del tono. Apretó el botón rojo y el verde dos veces, en esa misma secuencia. El “La” del tono le resquebrajaba los tímpanos con cada aparición. A la séptima colgó y se dispuso a llamar de nuevo, con cierto estado de desesperación que le comenzaba a invadir el cuerpo. El animo que le había impregnado el agua, comenzaba a desaparecer.
Al cuarto repique, con un nuevo pensamiento en la cabeza, recibió respuesta del otro lado del auricular.
Era una voz melodiosa, candida, casi inmaculada. Femenina e hipnotizante. A Plácido el corazón se le detuvo y comenzó a latir de nuevo. Calmado, sosegado, tranquilo. Las manos seguían sudorosas, pero era otra la razón. Sonrió al darse cuenta de todas las cosas que le hacia sentir esa mujer y reconoció que estaba tomando la decisión correcta.
-Hola, ¿Cómo estas? ¿Qué vas a hacer el día de hoy? Quisiera hablar contigo- dijo él. – Hola, muchas preguntas, ¿no te parece?... Je, je… yo también necesito hablar contigo.
Su voz no sonaba tan calmada como siempre, incluso su risa de terciopelo, acababa de sonar nerviosa. Sin embargo su respuesta había sido mejor de lo que Plácido habría esperado. Él sabía que eso era otra señal, de haber tomado la decisión correcta. Ya no tenía más porque temer. Pronto iba a sacar de su cuerpo lo que tanto le pesaba y por las señales hasta el momento, todo iba a salir a pedir de boca.
-No desayunes, en una hora estoy allá- En la voz de Plácido se notaba la seguridad que lo había abandonado la noche y el día anterior. Una seguridad que incluso minutos antes no estaba allí con él.
-Seguro, será mejor así, antes de que me arrepienta- dijo ella, respuesta que a él le pareció extraña. Pero vio delante de sus ojos, como una película, todo el insomnio anterior, las preocupaciones, los pensamientos, las consecuencias y sonrió. Seguramente, para ella era tan duro como para él, ver el mundo desde esa nueva perspectiva. 

jueves, 18 de marzo de 2010

Decepción (1/8)


No había dormido bien la noche anterior, y eso le pasaba factura en su rostro. Por no hablar de su cansancio. Sentía el cuerpo pesado, incomodo. Le molestaban los brazos, no sabía que hacer con las manos sudorosas. Le picaban las palmas, sentía los dedos hinchados.
Sin embargo, a pesar de este aletargamiento, su cerebro rebozaba de actividad. Pensamientos iban y venían. Se enmarañaban, se soltaban y se volvían a enmarañar.
De hecho, esa era la causa de su desvelo. Un único pensamiento se le arremolinaba en la mente. El problema era que a pesar de ser uno solo, tenía muchas ramificaciones, posibles consecuencias. Y justamente era eso lo que quería evitar, las consecuencias. Sabía que no podía evitarlas, pero trataba de minimizar al máximo las posibles sorpresas.
Él no era así. No se reconocía. Toda su vida, 28 años muy bien vividos, habían sido desenfrenados y alocados. Sin mucho planificar. Si lo pensaba lo hacía, mejor dicho, si lo sentía se convertía en realidad. No había tiempo para las consecuencias. Igual, al final del día, tendría que lidiar con ellas. Era preferible dejarlas llegar y ya.
Pero allí estaba. Con un nudo a la garganta. Con una sed que le erosionaba la boca y la lengua. La saliva espesa, viscosa, pegajosa era difícil de tragar. Con la cabeza llena de un pensamiento que giraba y giraba. Pero con la certeza casi mística, de saber lo que tenía que hacer. Y era eso lo que más le asustaba.
Plácido se levanto de la cama y más por inercia que por voluntad, se arrastró hasta las escaleras que comunicaban su habitación con el resto de la casa.  Se mareó un poco, como sintiendo vértigo, al chequear la misma distancia de 5 escalones de la escalera tipo marinera de todos los días.
-Venga idiota, baja de una vez- dijo en un murmullo, masticando la palabras. Se aferró a los pasamanos y bajó lentamente. Se sentía sólo. ¿Estaba sólo? Ni siquiera su perra ladraba. Esa aparatosa pero leal mestiza que recogió en la Libertador, cuyo nombre se debatió entre la versión vulgar de la profesión más antigua del mundo y Manuela, en honor a la llamada “Libertadora del Libertador”, Manuelita Saenz, pero siendo bautizada como “Manu”, por ser un nombre sencillo y corto, como se recomienda usar con los perros. Era de tamaño mediano, de contextura atlética, amarilla con el hocico negro. En su ascendencia, los genes de un pastor alemán aun trataban de sobrevivir. Era un poco alocada y no había forma alguna que dejara la maña de comerse cualquier cosa que encontrara en el suelo. Una vez, consiguió 5 bolívares en monedas de 1 y de 50 centavos, en una radiografía en una visita al veterinario.
Caminó hacia la cocina. Buscaba la nevera, necesitaba agua. Fría, muy fría para ver si se le quitaba la resequedad de la boca. A medio camino entre la nevera y la lavadora, vio a Manu echada. Se veía un poco incómoda. A Plácido le pareció raro, que no se levantara a exigirle su ración de cariño matutino. Sin embargo, él se sentía mal, como para jugar o agacharse y examinarla mejor. Tomó una jarra de la nevera y bebió directamente de la botella.