Ella, como Plácido, compartían en la misma medida un gran amor por la libertad de acción. Por estar libre de ataduras y compromisos. Por el vivir día a día, sin más responsabilidad que ellos mismos.
Por supuesto que desde ese punto de vista, es muy difícil conciliarse con la idea del matrimonio. Así pensó Plácido y se sintió feliz al decir esa palabra que le había asustado por tanto tiempo. Pero que ya había llegado para quedarse.
De la alegría dio paso a la locura, corriendo como un niño hacia el baño, mientras se iba desnudando, dejando un rastro de ropa por donde pasaba.
Hizo todo lo más rápido que podía. No le importó dejar el baño mojado, o la toalla húmeda sobre la cama. Ni siquiera haberse puesto medias de colores distintos. Sólo dudo un momento a la hora de escoger entre un jean o unos pescadores. Era domingo. Lo recordaba perfectamente, de hecho, lo recordaría toda su vida. Recordaría este domingo, como el día más feliz de su vida. Era domingo, entonces pescadores y zapatos de goma.
Cogió la cartera, las llaves del auto y se fue sin notar que Manu no trató de salir cuando dejó la puerta abierta, en el momento que se devolvió a tomar el celular.
Trato de mantener la cordura mientras manejaba. Era importante llegar vivo a su cita con el destino, se decía entre risas. Plácido estaba a reventar de contento. Aun no le había dicho nada a ella, pero se alegraba de poder sentar cabeza con esa mujer tan especial.
No sólo era bella, que de más está decirlo, parecía una modelo de revista, de hecho, levantaba todas las miradas por donde pasaba, de hombres y mujeres. Y a Plácido, más que lamentarse o sentirse opacado, se sentía el rey del mundo. Internamente, le daba mucha risa la envidia que podía levantar, incluso entre los amigos. Como la vez en que Camilo, luego de tres botellas de escocés, con el hablar entrecortado, pausado y arrastrado, propio del que está bajo los efectos del alcohol le dijo:- Bro, cuídala. Cuídala, porque esa es tremenda mujer. No, perdón… Es un monumento de mujer. Tal vez demasiado como para ti. Que ojos, que boca, que cuerpo, que manos… Cuídala, no te vayas a quedar sin esa diosa.-
Plácido se sonrió. Camilo era más que un amigo. Era un hermano. Cuantas aventuras, cuantas situaciones habían vivido juntos. ¿Cuántas veces no había sido Camilo, quien le cubriese la espalda? Pobre Camilo, en la mañana siguiente no se acordaba de nada y pasó una semana disculpándose, con los dos. Con él y con ella.
Faltando dos cuadras para llegar a su destino, usó el consabido código de repicarle 3 veces, para que ella fuese bajando y lo esperara en la planta baja del edificio.