martes, 25 de mayo de 2010

Llegó la hora (1/3)



En ese momento se encontraba dormida, Doña Brígida descansaba, o eso era lo que parecía. Realmente en los últimos 6 meses Doña Brígida no había tenido mucho descanso que digamos. En tiempo la enfermedad que la mermaba se fue haciendo más poderosa dentro de ella, y los medicamentos ya eran insuficientes para hacerla sentir mejor; es más, según ella lo que hacían los medicamentos era empeorarla. No descansaba, solo tenía momentos que le endulzaban la larga agonía. En ese momento dormía, se escuchaban sus ronquidos en el cuarto de al lado. Parecía tranquila, soñaba, realmente hace tiempo que no soñaba; pero ahora lo estaba haciendo.
Evocaba en sus sueños un pasado no muy lejano, en el cual todavía podía hacer lo que más le gustaba en la vida, pintar. Encontrar la textura necesaria para expresar  los sentimientos humanos, las vivencias, el día a día. Los colores, su pasión, representaban para ella lo más importante después de su familia, era la única manera de serle infiel a Don Bartolomé, su amadísimo esposo, que en estos momentos no se encontraba con ella ya. Él había muerto un año antes, víctima del inexorable paso del tiempo y los excesos, los cuales le pasaron factura en uno de los órganos, el más importante para el desenvolvimiento de la función vital, el corazón.
Su muerte había sido anunciada, no sólo por el consejo preventivo del médico de confianza, sino también por los tres pre-infartos ocurridos antes del fatídico acontecimiento.
Doña Brígida sufrió un espasmo repentino en todo su cuerpo, su respiración se entrecortó, sus manos buscaron rápidamente la garganta, gesto instintivo propio del que se ahoga, que trata de retener ese aliento de vida que se le es retirado, sin consulta y de una manera inesperada. Dos lágrimas saladas recorrieron melancólicamente sus mejillas lívidas y frías al tacto, hasta posarse, una en la comisura de sus labios, la otra siguió por la barbilla hasta desaparecer en la caída que va hasta el cuello, danzando al son de los pliegos de piel que forman el tiempo y la experiencia, que nuestra pobre condición humana siempre busca esconder y  significan la proximidad de la hora final, a las cuales llamamos arrugas. Doña Brígida en ningún momento abrió los ojos; en esta actitud se podía percibir la resignación a uno de los dos momentos más inevitables que tiene el ser humano, y al cual todos se le oponen.

lunes, 3 de mayo de 2010

Él y Ella (3/3)


Tomó lápiz y papel y anotó. Luego lo dejó con una rosa sobre la cama, recogió algunas cosas y se fue.
Se fue sin rumbo conocido, sólo tomó la vía que estaba más cercana y trató de desaparecer en la noche que con su manto tapaba todo a su paso.
Ella, llegó un poco más tarde de lo normal, realmente había sido una tarde movida. Se sorprendió ver la casa vacía y entonces lo llamó. “... Deje su mensaje” fue lo que el teléfono le contestó. Decidió cambiarse para dormir y al pasar al lado de la cama, vio una rosa roja. Su favorita, junto con una nota. 
Un grito ahogado quiso salir de su garganta al darse cuenta de que fue descubierta. Un modelo de carro, unas placas y el nombre de un hotel estaban en la nota.