miércoles, 2 de diciembre de 2009

Dulce espera

          La suavidad visual de su piel era exquisita; su rostro expresaba paz. Paz solamente alcanzada por la extraña sensación de tranquilidad que da la muerte. Pero no de cualquier muerte, sino de la esperada, la que llega sola y es aceptada; no la inesperada. Su bigote se veía mejor que nunca; afuera el viento soplaba con fuerza, una especie de ulular sombrío se llegaba a escuchar, el cual era roto por las burdas palabras de la gente: - Lo siento. – Mi sentido pésame; y todo ese tipo de cosas sin sentido que se repiten en los funerales.
        Sin embargo; yo pensaba, realmente no estaba allí; bueno, mi cuerpo si lo estaba, pero mi mente divagaba por otro lado, lejos de allí, en el sitio donde los pensamientos transforman la realidad de cada cual y conforman nuevas visiones.
        Como cambian las cosas, ayer reíamos, hoy no; ayer estaba con nosotros, ya no. ¿Cuánto pudo haber pasado desde ese momento hasta ahora?2 horas, 3, 4 quizás; no estoy seguro, pero de lo único que no me quedaban dudas era que estaba muerto. Ya no estaría más con nosotros, se había ido sin consultarlo más que con él mismo.
        Su muerte era premeditada, la pensó, la aceptó y la esperó. A todos, menos a él, nos agarró por sorpresa. Él sabía que vendría, era lo que quería.
        Lo quería, y no era por que no amase la vida, sino porque él aceptaba su muerte como algo natural; nosotros no. Siempre desde pequeños nos han enseñado a temer a ese momento, verlo como algo malo, mientras que él, siempre trato de inculcarnos el esperar lo inevitable, no temerle. Esperar ese momento era lo que quedaba si habíamos cumplido con nuestros objetivos y  disfrutado una vida plena.
        Él siempre decía que la muerte, es otro estado más inherente al ser humano, que la muerte no es mala; es sólo otro momento. “ La vida es bella, es excelsa en su sentido de mayor pertenencia de las cosas que hacemos, es la oportunidad que tenemos de esforzarnos, es una aventura. La muerte es simplemente el comienzo de una nueva aventura. Nunca nadie se ha devuelto a decir que es mala”. Que idea tan rara, pero así había sido él; peculiar pero sincero y práctico. Y aunque siempre nos lo dijo, nunca lo internalizamos, o por lo menos no tanto como él.
        Ni hablar de lo que decía del dolor; eso, según él, era la mayor demostración de humanidad y vida dentro de nosotros; una manera de sentirse vivo; que mientras más sufriéramos, más nos dábamos cuenta de nuestra condición humana. “ El dolor nos hace sentir vivos, sin dolor la vida carece de sentido alguno, sería como una carne en vara sin vara, o una torta de manzanas sin manzanas, realmente sería un momento vacío del cual no nos podríamos extasiar a cada instante”. Decía que sí todo fuese felicidad y no existiera el dolor, nos acostumbraríamos siempre a reír y a no sacrificarnos por lograr  los sueños, ya que tendríamos todo el tiempo para hacerlo. Mientras que con el dolor y la muerte, vivimos en una perfecta relación de zozobra, en la cual luchábamos por sonreír y aprovechar el tiempo al máximo. 
      Que manera tan extrañamente sincera y diferente de ver la vida. ¿No podría ser más fácil?.
        Entretanto, afuera seguía soplando el viento, pero poco a poco iba mermando su furia y su sombría presencia. Apolo, en su carruaje dorado se abría paso poco a poco, dando oportunidad a una nueva esperanza de vida y grandeza a mí devastada alma.
        A pesar de todo el dolor presente en mi por la pérdida de mi padre, mi mejor amigo, que se fue casi sin despedirse; solo con el recuerdo de lo feliz que vivió, y dejando un buen recuerdo entre las personas que lo conocieron; me sentí mejor con el calor que poco a poco iba inundando el lugar. A lo lejos se escuchaba el trinar de los pájaros, lentamente camine hacia el árbol más cercano y observé.
        Siempre cantan- pensé, pero de sus sentimientos nada se sabe, cantar y cantar. Somos nosotros los que le damos una connotación sentimental al trino de los pájaros, y realmente yo no creo que le impriman una nota sentimental en sus cantos. ¿Será qué la muerte es así?, ¿Y cada quién le da la connotación que quiere?.
        Y así, sin más que ese pensamiento en mi mente, me aleje sonriendo y considerando la posibilidad de esperar mi próxima etapa.

Vida de Cariño

Oda al crecimiento de un corazón sin razón, que ya está cansado de amar y abusar, de reír y llorar, de sentir y sentir. (Pero que nunca se detendrá)

Te quiero en la distancia pues no debo quererte, pero quiero saber que se siente entregarse a tan delicada flor.
Te quiero aunque no debo, pues más allá de nosotros hay unos otros; el miedo se apodera de mí y me dificulta saber en realidad lo que quiero.
Me desespero al no saber de ti y tu ausencia me produce un descontrol. Pero sé que no debo reclamar aquello que no tengo merecido.
Te quiero porque creo poder lograr algo contigo, sin embargo la duda de saber si es un capricho me asalta en todo momento, como una sombra, que aunque el sol se oculte, ella está allí, esperando un mínimo halo de luz para mostrarse de nuevo.
Te quiero porque sé que tú me quieres, porque me provocas ser mejor. Te quiero, no sé porque te quiero. ¿Pero realmente te quiero?
Te quiero porque sé que no debo fallar, porque debo ser mejor. Siento tu mirada a cada paso que doy, te veo donde no estás y estás donde no te veo.
Siento miedo, mucho miedo. De actuar, de querer, de pedir más, incluso de arriesgar. Siento miedo pues no sé que hacer, que decir, que pensar, que sentir.
Tu mirada, tu piel, tu cuerpo me provocan, tus pecas me hipnotizan, me invitan a compartir todo lo compartible y un poco más. Tu mente me apasiona, eres un misterio que quiero descubrir, pero tengo miedo.
Quiero que te fumes conmigo el último cigarrillo de la noche, que seamos en presencia corpórea el compañero de trasnocho, él que provoca en los ratos de ocio. Quiero abrazarte, protegerte y en momentos de duda, caer en tu regazo y seas tú quien me salves.
Quiero enamorarme, no sé si lo estoy, de sentir, siento pues vibro al compás de tus palabras. Quiero correr gritando a los cuatro vientos, ¡ Qué coño pasa! Quiero huir de las responsabilidades y consecuencias.
Quiero enamorarme, ya lo dije, pero no resultó lo que yo quería. Podría decir que quiero que seas tú... pero no soy yo quien lo decide.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Ira cunda el pánico




La mente turbada. El corazón en vilo. El estómago hecho un ovillo que vibra. Las manos sudorosas. Las palabras correctas perdidas en la materia gris más nebulosa. En la garganta se atropellan en tropel, las que no deben salir. En un suspiro se iba la vida y en las lágrimas caían pedazos de ese amor, que inmensamente fue poderoso.
El puño, cerraba la rabia contenida. Los ojos buscaban miles de puntos en los cuales posarse, mientras los vasos capilares hinchaban su tamaño, mostrándose más rojos.
La sangre bombeando rápidamente, los oídos zumbando y filtrando cualquier ruido externo a su voz. En el cerebro las neuronas explotaban tratando de escuchar y a la vez hacerse escuchar.
Una vorágine de ira comenzaba a producirse en el interior del cuerpo, en algún recóndito lugar, al que no se puede llegar, ni conocer. Los sentidos se aceleran, todo se ve, se siente, se oye más rápido. Ahora las palabras no se escogen, se disparan. El cerebro organiza frases hirientes, que hacen blanco. Crece el mounstro de ira, devorándose todo aquello que causa cordura. Buenos pensamientos, buena conducta, decencia, buenos augurios… el amor.
Explota la súper nova. Una pared, inocente recibe el golpe de gracia. Victima justificada de la vorágine que todo lo arrastra hacia sí, como un agujero negro sin control. El rostro desencajado, la mirada inyectada en rabia. La saliva saltando por los labios, perdido el reflejo de controlarla. La vista, borrosa. Sin sentido. Los nudillos rojos, hinchados, sangrando.
El mounstro se detiene, lleno de ira irracional, primitiva. La cordura se asoma, pero es tarde, no debe dejarse atrapar por la vorágine, pues todo se perdería. Corre, corre, corre, pero no puede salir del cuerpo. Corre. El corazón late, fuerte, haciéndose sentir. Cada latido cuenta. Boom… Boom… Boom…
La ira se desespera, mala compañera, signo de debilidad. Debe apurarse y retomar el control del cuerpo. Por fin bloquea a la cordura. Entre el hipotálamo y la base posterior del cerebro. El momento más importante ha llegado, lucha milenaria y extrasensorial entre el bien y el mal. Todo se resume a este momento.
Por un lado se ve a la razón sin sentido, tirada en un rincón. Sangrando, postrada, inerte. Hace rato que la perdimos.
La cordura acusa el golpe. La ira se regocija en la victoria. Esta vez, la puerta, que se atravesó en el camino, fue convertida en un misil que choca contra el marco, produciendo un ruido ensordecedor.
La calma esta muy lejos de llegar, se encuentra sola la cordura ante su futuro verdugo. El demonio de la ira levanta llamas que queman las neuronas. Crece el odio, el resentimiento y la crueldad. Salen a flote. Gritos lastiman. Boca seca. Sin sentido, perdido.
Un escalofrío sube por la espalda, profundo, frío, triste. Como un viento helado hace presencia la tristeza. Sin embargo, la cordura aún esta de pie. No cae… Mantente, susurra la razón.
Se descontrola la ira, desespera, gasta energía, pero la cordura, golpeada, aun esta de pie. Resiste, aguanta, ataca. Ataca, sin pegar, sólo manteniéndose en pie. Resiste, aguanta, ataca.
La vorágine pierde fuerza, la ira poco a poco va perdiendo tamaño y se retira a su hueco subterráneo dentro del cuerpo. La cordura aún se mantiene, pero no se puede erguir y justo cuando se va a desplomar, el arrepentimiento le tiende la mano.
Los ojos ven claro, los oídos dejan de zumbar. Los latidos del corazón se sienten en los nudillos hinchados, ya la sangre hizo costra, pero los dedos duelen al moverlos.
El cerebro procesa la imagen de un rostro consternado, asustado, triste. Un rostro asociado al amor, a la felicidad. La vergüenza comienza a levantar el desastre, la calma aún no llega. La cordura ve a su alrededor y piensa – Pudo haber sido peor.

Pero en su interior, le asusta que pronto, muy pronto y en el momento menos pensado, la ira volverá y tal vez no seamos tan afortunados. El amor le abraza agradeciéndole, mutilado, triste y sin paz.

martes, 3 de noviembre de 2009

Trifulca en la grada


Creo que es una realidad para mucha gente, que en Venezuela se está perdiendo la ciudadanía. Y no es en el sentido de cualidad de un individuo, ni en el sentido de sus derechos, realmente es una perdida de la capacidad de cumplimiento de los deberes que vienen intrínsecos con esta condición, como individuos que formamos parte de una misma comunidad política, económica y social.
Todo este preámbulo es para narrar un hecho que me ha llamado mucho la atención, no sólo por el hecho en sí, sino por lo común del mismo.
Para nadie tampoco es secreto que el respeto a las instituciones ha venido a menos. De la “investidura”  o lo que representaba cada cargo participante de la vida pública nacional se encuentra por decir lo menos, en un completo abandono y sigue cayendo en picada.
Por cuestiones de trabajo, me ha tocado ir al estadio a cubrir los juegos de pelota del actual campeonato de la Liga Profesional de Béisbol. Y para más suerte mía he ido a los 2 Caracas- Magallanes que se han jugado en el Universitario de la ciudad capital.
Más allá de lo bonito del espectáculo que han dado los dos clubes esta temporada, más allá de la rivalidad, harta conocida y defendida por cada fanático, en la cual cada detalle que te hace ser mejor que el otro cuenta; que si los títulos, que si la serie particular, que si los mejores grandes ligas, que si los mejores peloteros. Más allá de todo eso, hay una realidad que particularmente me preocupa, pues no habla de un futuro más esperanzador.
Como siempre el grupo más desordenado o como se dice en criollo “rochelero” son las gradas. Tal vez una zona con más libertades por lo amplio, tal vez por la cantidad de gente. Sea cual sea la razón, en las gradas uno siempre va a ver mucha alegría, bulla, lluvia de cerveza y de vez en cuando, dos sentimientos encontrados de fanáticos que resuelven sus diferencias y hacen respetar los colores de su pasión con la violencia. Otras veces, las gradas son caldo de cultivo de facinerosos, que mientras un equipo hace lo propio por ganar como estafar algunas bases, ellos se dedican a hacer lo propio pero robando a fanáticos que esperaban cualquier cosa menos ser victimas de la delincuencia
Cuando esto sucede, efectivos de la Policía Metropolitana, una de las tantas instituciones de orden público que hacen vida en el estadio, armados con cascos antimotín, peinillas y a veces escudos, entran a las gradas, dispersando al publico presente y buscando a los individuos que fomentaron la violencia, sea cual sea su tipo. Allá en la distancia, desde las tribunas, los fanáticos o desde el palco de prensa, los que trabajan, se dan cuenta de que sucede algo, pues el público de gradas, luego de estar apiñados se separan a gran velocidad, dejando unos vacíos enormes que lo hacen a uno preguntarse ¿Dónde está la gente que antes estaba allí?
Hasta acá todo normal, dentro la conciencia del venezolano, “son cosas que pasan” dice uno mentalmente y luego de ver morbosamente a través del lente de la cámara, como los policías empuñan las peinillas y las dejan caer sobre blandas humanidades, vuelve uno a la pasional tranquilidad del juego. Lo que me llama la atención es que últimamente, cada vez que la policía entra rompiendo caras, empujando gente y humillando muchedumbres, no son recibidas con agrado y aunque el vacío impresionante en las gradas se sigue haciendo, una lluvia de proyectiles, formadas por los vasos de plástico aun llenos de cerveza, o veces de orine; según las malas lenguas, caen directamente sobre la escuadra de policías, impactando en el casco o en la cara directamente.
Pero aún más sorprendente y contrario a lo que se podría pensar, estos bombardeos defensivos no vienen de lanzadores anónimos. No, no viene de uno más de la masa, escondido tras los cuerpos de la primera fila, una mano que aparece lanza el vaso y vuelve a esconderse… ¡No! Son esos mismos que se encuentran en primera fila los que impactan con los vasos a los oficiales del orden público. Los que se encaran con los funcionarios, cuando con peinilla en una mano y la otra por la “pechera” exigen explicaciones, mientras muchos otros vasos siguen haciendo blanco en la “autoridad” dejándolos empapados de pies a cabeza de un líquido que bien podría ser cerveza.
Los uniformados tratan de multiplicarse, pero son desbordados por las oleadas de proyectiles improvisados, y es cuando, desde la tranquilidad de las tribunas o palco de prensa según el caso, nace una nueva pregunta ¿Cómo se multiplican los vasos plásticos?, porque por más cervezas que hayan comprado en algún momento se tienen que acabar, es una cuestión de física simple, por el espacio y una cuestión matemática, si tienes cinco vasos, al quinto lanzamiento te quedas sin proyectiles.
Y así, empapados de pies a cabeza, el escudo manchado y las peinillas aún vibrando por la última mordida en la blanda carne de un fanático, se retira la policía, serpenteando a través de un laberinto de rabia, recelo e insultos creado por ellos mismos, a refugiarse en la tranquilidad que brinda el comando improvisado que se encuentra en cada una de las salidas.
Lo policías que se encuentran asignados en las tribunas, miran la escena que se repite mínimo hasta 4 veces más, según el juego; sonriendo y con la esperanza que en el próximo sorteo de posiciones no sean ellos los que entren en el campo enemigo y salgan con el rabo entre las piernas.
Lo realmente preocupante es que esto es una muestra inequívoca de lo deteriorada que están nuestras instituciones y el poco respeto que le muestra el “ciudadano” a la autoridad. Y lo peor es que no es un comportamiento aislado, un “de vez en cuando”, es una constante de conducta anticívica que se ve en distintas facetas. Cuando nos comemos el semáforo, cuando nos estacionamos en doble fila y ni siquiera esta permitida una, cuando nos hacemos los dormidos para no ceder el puesto en la abarrotada camioneta de pasajeros. Cuando le rogamos a un profesor salir temprano de la clase cuando llegamos tarde. En fin, nunca terminaría si sigo enumerando formas en que esta conducta inapropiada se hace presente y además no creo que haga falta, cada uno de nosotros ha vivido en carne propia esta experiencia y cada quien es libre de hacer su propia lista. Es más, sería un ejercicio interesante luego comparar listas y tachar aquellos espacios comunes, para ver cuan real es esto.
Más allá de buscar culpables y crucificarlos en un bando u otro, creo que si existe una razón para todo esto es el alto grado de impunidad que existe en el país, en donde cualquiera, bien apoyado se puede salir con la suya en cualquier momento y en cualquier lugar. O simplemente vemos figuras de autoridad lo suficientemente sinvergüenzas como para permitir una infracción y castigar a quién hace la observación de la misma.
Creo que la reflexión que yo me hice es válida para todos aquellos que puedan elaborar una lista de más de cinco ítems anticívicos y de verdad ir tomando conciencia de hacer nosotros lo que nos corresponde y así lograr, no un mejor país para sonar utópico, sino una mejor manera de vivir en comunidad.

miércoles, 28 de octubre de 2009

La chica que lloraba

        La chica que lloraba se encontraba sumida en sus pensamientos, en su jardín de rosas grises; mal color para tan bella flor.
        Pasado el tiempo, las rosas tomaron el más bello rojo que pueda ser descrito, su indiferencia de piedra se convertía en una delicada fiesta de aromas y sensaciones; pero la bella chica que lloraba, no conseguía cambiar su estado de animo, ni su color; ella seguía gris. Más, con el transcurrir del tiempo, logró cambiar su forma, se convirtió en flor; en la rosa más gris, más triste,  del jardín.
        El jardín era muy solitario, pero con el cambio de color y ambiente no tardaron en llegar las  primeras aves, y luego muchas más; como los pequeños colibríes, que con su frenético aleteo anunciaban el inicio del festín,  en el cual el dulce néctar de las rosas era el plato principal. Todo en el jardín era alegría y felicidad, risas y cantos, excepto el centro del jardín, en donde se encontraba la rosa gris.
        Pero la rosa gris no dejaba que se le acercasen las aves, no era participe de la algarabía general, y no lo pensaba 2 veces para defenderse con sus espinas; se defendía como una fiera acorralada. Acorralada, porque no podía expresar sus sentimientos, su amor; se sentía impotente, molesta; porque no había nadie en ese jardín, que se sacrificara, que no se fuera como todos esos colibríes, que iban y venían, sin respeto alguno por lo que ella sentía.
        Un día, llegó al jardín un animal totalmente nuevo, un ratón, con experiencia de mil recorridos, de mil dolores, de mil sentimientos.
        Solo él, supo apreciar la belleza presente en la rosa gris, y descubrió que destellos de su humanidad, solicitaban a gritos que fueran liberados. Muchas veces trato de acercarse, y aun con marcas de las espinas sobre su  cuerpecillo poco a poco fue ganandose la confianza de la rosa gris; que aunque le apreciaba, no terminaba de abrirle su corazón, su alma.
        Tal vez eso y solo eso lograría que esa flor tan hermosa recuperara su color; muchas veces el ratón se sintió decepcionado de los hábitos tan extraños que poseía la rosa gris; pero otras veces la admiraba, le admiraba su ímpetu, su decisión, su arrojo, y no solo la admiraba, a veces la deseaba, la quería... ¡ No!, No sabía si realmente la quería, sabía que no eran iguales, ese sentimiento le laceraba el corazón; pero el ratón era astuto, sintió que esto era un reto para su intelecto, para su experiencia. Cavilando y cavilando, se sentía más grande, sentía que su astucia crecía, sentía que ya no era el mismo; y tenía razón, de tanto pensar se convirtió en un zorro, animal de comprobada astucia y sagacidad.
        Usando toda su inteligencia y astucia, juro devolverle el color a la bella rosa gris, que con sus lagrimas mojaba sus opacas espinas y su opaco tallo... ¡No, no!... no sabía si la quería; él sólo sabía que no debía enamorarse, sólo quería ayudar, pero ese sentimiento lo perseguía, no lo dejaba dormir, mas bien se afianza mas en su mente y en su corazón.
        Una noche el zorro oró, y ofreció su vida para devolverle el color a la flor, su sentimiento pudo más que su sentido común, más que su astucia, más que su amor a la vida; bella oda de encantos y desencantos, aciertos y desaciertos, felicidad y tristeza y como punto final la muerte; sé dio cuenta que realmente amaba a la rosa, creyó que cualquier sacrificio era efímero y banal. De pronto, un miedo intenso lo invadió, el frío se apodero de él, frío sepulcral que le llegaba hasta los huesos; la oscuridad invadió su campo visual y con un suspiro declaró su amor por la rosa gris que siempre lloraba. Al escuchar esto, sus ojos interrumpieron el incesante llanto; un trueno retumbó en todo el paraje; lástima, no era un trueno, sino el certero disparo de un cazador escondido tras unos matorrales. Luego el segundo disparo.
        La rosa no entendió nada hasta que vio sus pétalos manchados del más bello rojo visto sobre la faz de la tierra, 2 disparos, 2 perforaciones que ahogaban la respiración del zorro; uno en el pecho, con el cual daría vida al frío color de su amada, el otro en su cabeza dejando libre a  su inteligencia, astucia, y pensamientos los cuales también cayeron sobre la rosa que ya no era gris.
        Súbitamente, y ante los ojos atónitos del cazador, comenzó una metamorfosis; el cambio que sufría la rosa y que la convertiría de nuevo en la bella chica que era antes, solo que esta vez más astuta.
        El alma del zorro, con una maldición cayo sobre el cazador, ofreciéndole una nueva oportunidad de vida, una vida de apoyo, de ayuda desinteresada. Él se acercó a la bella chica, la cual lo reconoció, lo reconoció como aquel ratón que en algún momento se le acercó, como aquel zorro que sacrificó su vida, para que ella retornara a la suya.
        La chica de nuevo pudo ser feliz, se sentía viva, y con un hasta luego se despidió del cazador con alma de zorro; y recogiendo el cuerpo inerte y sin vida del animal, corrió y consiguió su propio camino. 

jueves, 15 de octubre de 2009

Rómulo y la muerte

Rómulo estaba algo mareado, los rones que se había tomado con sus amigos se le habían subido a la cabeza. Se reía de todo lo que veía a su alrededor, sin una causa real, sin que fuese cómico, sólo se reía. Su motricidad se veía obstaculizada y el efecto del alcohol se notaba a cada paso que daba. Tenía ganas de vomitar y aun no llegaba a su hogar.
No recuerda como llegó o como abrió la puerta. En un momento él se encontraba en el bar de siempre, junto a Nicolás y José celebrando una vez más por el nuevo estado de soltería en el cual se encontraba. Llevaba más de dos meses en ese estado, pero sus amigos cada vez que podían lo usaban de excusa para poder reunirse y poder beber a placer, claro que con el permiso de sus esposas y novias respectivamente. En un abrir y cerrar de ojos, estaba abrazado de la poceta con los ojos rojos y llorosos. Un sabor amargo en la garganta y un olor que le molestaba en la nariz. Una nueva arcada, poco a poco se iba deshaciendo del brebaje maligno que le corría por el organismo.
El camino del baño a su cuarto fue un poco tortuoso y casi mortal, ya que un mal calculo hizo estrellar el dedo pequeño del pie derecho contra una pared. Y en su estado, los saltos que trataban de contrarrestar el dolor era un ir y venir de su cabeza contra la pared.
Al encontrar refugio en su cama se dio cuenta que alguien le movía el cuarto y la cama; pero estaba sólo. De nuevo empezó a reír, gritando: “que pea tan arrecha tengo”.
Siguiendo los consejos que escucho de adolescente, pero que él sentía que no servían para nada, se “ancló” al piso, a ver si este se le dejaba de mover y su cabeza no le seguía dando vueltas y podía dormir. La acción de anclarse no es otra cosa más que poner un pie en el piso mientras se esta acostado en la cama. Y así en esta posición, sintió que los párpados le pesaban y aunque la cabeza no dejaba de movérsele empezó a dormitar.
Estando en ese estado extraño entre el sueño profundo y una poca concepción de la realidad, vio una figura marchita que abría la puerta y entraba a su cuarto. ¿O la había dejado abierta? Se movía como una sombra, sin hacer ruido y cubierta totalmente por un manto negro que no dejaba nada visible. Caminó entornando la cama, a cierta distancia, más pegada a la pared que de la cama; como estudiando la situación. Rómulo pensó que era una bailarina con la que subió a su habitación y eso era parte de un show especial que le habían pagado sus amigos, que eran muy rocheleros.
Se espabiló y trató de sentarse al borde de la cama, al hacerlo se dio cuenta que estaba sólo en el cuarto. El repentino movimiento aceleró una arcada que se encontraba agazapada bajo los efectos del sueño y casi logra salir de su interior un bocado cálido y espeso que contenía de todo un poco de lo que aun conservaba en el estomago. Corrió desesperado hacia el baño, pues aunque estaba borracho recordaba la alfombra que cubría el suelo de su cuarto y lo que costaba despegar el olor a vómito de la misma.
Cansado, borracho y con el sabor desagradable de la bilis en la boca caminó agarrándose de las paredes para llegar con menos dolor al cuarto. Se lanzó boca abajo a la cama y quedó tendido de forma diagonal. Utilizó la mano izquierda como ancla. Volvió a cerrar los ojos y trató de conciliar el sueño. Tanta falta que le hacia.
Sintió como un par de ojos se le clavaban en la espalda y un peso repentino en el borde del colchón... un peso que no era provocado por él. Un peso en el mismo lado por donde sacaba la mano, pero hacia la puerta. La cabecera quedaba hacia la pared y los pies daban hacia la puerta, esa era la ubicación de la cama de Rómulo. Giró rápidamente hacia la derecha, golpeándose la cabeza contra la cabecera de hierro y antes de que el golpe lo despertara logro ver a la misma figura espectral que vio momentos antes. Esta vez y aunque fue menos tiempo, logró detallar un poco más la figura. Vio parte del rostro con facciones delicadas, no podía ser un hombre sino, definitivamente una mujer. El pelo, negro, suelto y a manera despeinada sobre la cara; no vio los ojos, sólo parte de la nariz, la boca, las mejillas y la barbilla.
De nuevo, el vómito quiso salir sobre la alfombra, sin embargo ya no le quedaba mucho en el estomago por vomitar y la arcada solo trajo amargura y saliva espesa, que se corrió por la comisura de los labios y llegó hasta el pecho. Rómulo decidió ir al baño nuevamente. Abrió la llave de agua fría, se lavó la cara y el pecho. Se miró en el espejo y se dio cuenta que estaba un poco más viejo que antes. Se sentía cansado y embotado, pero lograba distinguir en el espejo un rostro demacrado, que había perdido su lozanía y que demostraban unas cuantas lunas y excesos. Sin embargo poseía una belleza salvaje y profunda que no había notado en sí luego de 28 años viéndose en el espejo. Eso le pareció raro, pero decidió pensar al día siguiente, luego de dormir y poner en claro la mente. Antes de irse, tomo un sorbo largo de agua directamente del grifo y sobre él en el espejo, el reflejo de la misma aparición del cuarto flotando sobre la poceta.
Esta vez antes de entrar a su cuarto, echó una ojeada en la sala para verificar que realmente estaba solo. Desde el umbral observó la sala y lo poco que se veía de la cocina, desde su posición, comprobando que realmente era la única persona en su apartamento. Trató de reír pero ya no le quedaban casi fuerzas y a tras pies logró entrar de nuevo a su cuarto, cerrando la puerta y volviéndose a acostar boca abajo, a lo largo del colchón.
Esta vez no pasó mucho tiempo para cerrar totalmente los ojos y dejar la mente en blanco. Otra vez el peso en una de las puntas de la cama y una mirada que le traspasaba la espalda y que veía en su interior, le hicieron conmocionarse. Esta vez y tratando de evitar provocar el vómito, se volteó muy lentamente y a medida que se iba incorporando veía en la esquina de su cama, sentada en posición de loto, a la misma aparición de las veces anteriores.
Era una figura espectral; sí. Definitivamente parecía no ser de este mundo pues la blancura de su piel no era normal, ni muy albina que fuese. Era un blanco fantasmagórico, casi transparente. Su figura, definitivamente femenina, muy bien proporcionada se encontraba al descubierto, con los senos al aire. Su rostro se encontraba semi- oculto por la negra cabellera que hacia contraste con la blancura de su piel. Sin embargo era de facciones delicadas, agudas. De nariz puntiaguda pero agradable a la vista y entre los mechones, unos ojos grandes y muy expresivos, en los cuales se conjugaban diversidad de sentimientos. Dolor tal vez, conjugado con amor, miedo y resignación. Todo eso era lo que se podía observar en los ojos de la mujer misteriosa de manto fantasmal.
Rómulo no atino a decir nada, sólo contemplaba a la hermosa y fúnebre mujer que se encontró en su cama, miraba en sus ojos y se encontraba con un mar de sensaciones que por momentos lo asfixiaban y por instantes lo liberaban de sus propias necesidades y ataduras. Quería hablar, necesitaba saber como ella había llegado a su habitación sin él sentirla, ¿habrán sido sus amigos que lo expusieron a esta broma? ¿Realmente quería saber todo eso? ¿Era de verdad?
Sintió un torbellino de dudas y sensaciones que en vez de encausarle hacia una respuesta, le provocaban cada vez más dudas. Un dolor de cabeza con sonido de mosquito se apoderó de Rómulo, el zumbido se hacia cada vez más insoportable y la cabeza parecía estallarle. Y ella allí, impávida, impoluta, sólo observaba la desesperación de Rómulo, incluso sus labios se entreabrieron en una mueca de sonrisa. Esos labios de un color berenjena, pero carnosos y que invitaban a ser besados, humedecidos cada cierto tiempo con la punta de una lengua de igual color que invitaba a darle banquete a las carnes entremezcladas bajo una sabana, sazonada con mucha sudoración y cargada de caricias.
Rómulo desesperado cerró los ojos y busco relajarse de nuevo contra la cama. Se quedó quieto buscando la paz, ya que sintió una arcada muy fuerte, pero que no terminaba de salir. Se quedó recostado, esperando que se le pasara, no tenía más fuerzas para ir hasta el baño.
Así como estaba se sintió indefenso e incluso vulnerable, trato de abrir los ojos y no pudo, esa sensación le aterró. Al intentarlo de nuevo, obtuvo la misma respuesta; sin embargo ya no tenía miedo, una sensación de tranquilidad le comenzó a invadir desde los pies hacia la cabeza.
Los besos de la mujer eran los causantes de esa tranquilidad, que de la misma forma sigilosa en que se apareció la primera vez en el cuarto de Rómulo, ahora se encontraba sobre él, acariciándolo, besándolo. Los ojos de la Muerte brillaban, expresando un sentimiento de agrado, de gusto por lo que estaba haciendo. Incluso se avistaba un poco de deseo carnal por el hombre cuya vida se estaba extinguiendo y ella debía llevarse hasta donde van los muertos. Sus besos cada vez más apasionados, subían por su entrepierna, las caderas, los abdominales el pecho. Besaba no sólo imponiendo los labios sino que jugueteaba con la lengua y los ángulos expuestos de la fisonomía de Rómulo; que se dejaba llevar por la tranquilidad que le asaltaba sin saber que sería su última noche.
Al llegar a la cara, ella se detuvo. Pasó una mano sobre el rostro de Rómulo que le permitió volver a abrir los ojos. Quedo extasiado. Se reflejaba en unos ojos inmensos que mezclaban la vida en sus más profundas y largas significaciones, experiencia de muchas vidas absorbidas y muchas vidas, sola. Era una inmensidad que se mostraba ante él. Esa era la fase final. La Muerte enamorada decidía a quien le mostraba la respuesta a la pregunta que todos nos hacemos. Rómulo tuvo suerte, enamoró a la Muerte y supo la verdad.
Volvió a cerrar los ojos y los labios de la Muerte se posaron sobre los de él. Ella también cerró los suyos, con la esperanza que en otro momento él supiese reconocerla. No deseaba llevárselo, pero ya le había mostrado demasiado. Sólo aprovecho el tiempo suficiente para que las lenguas se entrelazaran y sentirse una vez más... humana.
Amaneció y el cuerpo inerte de Rómulo se encontraba sobre su cama. Por la ventana se observaba un zamuro que vigilaba el descanso de la Muerte que yacía acostada al lado de su última víctima de la noche, sin saber que la verdadera víctima había sido ella.