La chica que lloraba se encontraba sumida en sus pensamientos, en su jardín de rosas grises; mal color para tan bella flor.
Pasado el tiempo, las rosas tomaron el más bello rojo que pueda ser descrito, su indiferencia de piedra se convertía en una delicada fiesta de aromas y sensaciones; pero la bella chica que lloraba, no conseguía cambiar su estado de animo, ni su color; ella seguía gris. Más, con el transcurrir del tiempo, logró cambiar su forma, se convirtió en flor; en la rosa más gris, más triste, del jardín.
El jardín era muy solitario, pero con el cambio de color y ambiente no tardaron en llegar las primeras aves, y luego muchas más; como los pequeños colibríes, que con su frenético aleteo anunciaban el inicio del festín, en el cual el dulce néctar de las rosas era el plato principal. Todo en el jardín era alegría y felicidad, risas y cantos, excepto el centro del jardín, en donde se encontraba la rosa gris.
Pero la rosa gris no dejaba que se le acercasen las aves, no era participe de la algarabía general, y no lo pensaba 2 veces para defenderse con sus espinas; se defendía como una fiera acorralada. Acorralada, porque no podía expresar sus sentimientos, su amor; se sentía impotente, molesta; porque no había nadie en ese jardín, que se sacrificara, que no se fuera como todos esos colibríes, que iban y venían, sin respeto alguno por lo que ella sentía.
Un día, llegó al jardín un animal totalmente nuevo, un ratón, con experiencia de mil recorridos, de mil dolores, de mil sentimientos.
Solo él, supo apreciar la belleza presente en la rosa gris, y descubrió que destellos de su humanidad, solicitaban a gritos que fueran liberados. Muchas veces trato de acercarse, y aun con marcas de las espinas sobre su cuerpecillo poco a poco fue ganandose la confianza de la rosa gris; que aunque le apreciaba, no terminaba de abrirle su corazón, su alma.
Tal vez eso y solo eso lograría que esa flor tan hermosa recuperara su color; muchas veces el ratón se sintió decepcionado de los hábitos tan extraños que poseía la rosa gris; pero otras veces la admiraba, le admiraba su ímpetu, su decisión, su arrojo, y no solo la admiraba, a veces la deseaba, la quería... ¡ No!, No sabía si realmente la quería, sabía que no eran iguales, ese sentimiento le laceraba el corazón; pero el ratón era astuto, sintió que esto era un reto para su intelecto, para su experiencia. Cavilando y cavilando, se sentía más grande, sentía que su astucia crecía, sentía que ya no era el mismo; y tenía razón, de tanto pensar se convirtió en un zorro, animal de comprobada astucia y sagacidad.
Usando toda su inteligencia y astucia, juro devolverle el color a la bella rosa gris, que con sus lagrimas mojaba sus opacas espinas y su opaco tallo... ¡No, no!... no sabía si la quería; él sólo sabía que no debía enamorarse, sólo quería ayudar, pero ese sentimiento lo perseguía, no lo dejaba dormir, mas bien se afianza mas en su mente y en su corazón.
Una noche el zorro oró, y ofreció su vida para devolverle el color a la flor, su sentimiento pudo más que su sentido común, más que su astucia, más que su amor a la vida; bella oda de encantos y desencantos, aciertos y desaciertos, felicidad y tristeza y como punto final la muerte; sé dio cuenta que realmente amaba a la rosa, creyó que cualquier sacrificio era efímero y banal. De pronto, un miedo intenso lo invadió, el frío se apodero de él, frío sepulcral que le llegaba hasta los huesos; la oscuridad invadió su campo visual y con un suspiro declaró su amor por la rosa gris que siempre lloraba. Al escuchar esto, sus ojos interrumpieron el incesante llanto; un trueno retumbó en todo el paraje; lástima, no era un trueno, sino el certero disparo de un cazador escondido tras unos matorrales. Luego el segundo disparo.
La rosa no entendió nada hasta que vio sus pétalos manchados del más bello rojo visto sobre la faz de la tierra, 2 disparos, 2 perforaciones que ahogaban la respiración del zorro; uno en el pecho, con el cual daría vida al frío color de su amada, el otro en su cabeza dejando libre a su inteligencia, astucia, y pensamientos los cuales también cayeron sobre la rosa que ya no era gris.
Súbitamente, y ante los ojos atónitos del cazador, comenzó una metamorfosis; el cambio que sufría la rosa y que la convertiría de nuevo en la bella chica que era antes, solo que esta vez más astuta.
El alma del zorro, con una maldición cayo sobre el cazador, ofreciéndole una nueva oportunidad de vida, una vida de apoyo, de ayuda desinteresada. Él se acercó a la bella chica, la cual lo reconoció, lo reconoció como aquel ratón que en algún momento se le acercó, como aquel zorro que sacrificó su vida, para que ella retornara a la suya.
La chica de nuevo pudo ser feliz, se sentía viva, y con un hasta luego se despidió del cazador con alma de zorro; y recogiendo el cuerpo inerte y sin vida del animal, corrió y consiguió su propio camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario