Rómulo estaba algo mareado, los rones que se había tomado con sus amigos se le habían subido a la cabeza. Se reía de todo lo que veía a su alrededor, sin una causa real, sin que fuese cómico, sólo se reía. Su motricidad se veía obstaculizada y el efecto del alcohol se notaba a cada paso que daba. Tenía ganas de vomitar y aun no llegaba a su hogar.
No recuerda como llegó o como abrió la puerta. En un momento él se encontraba en el bar de siempre, junto a Nicolás y José celebrando una vez más por el nuevo estado de soltería en el cual se encontraba. Llevaba más de dos meses en ese estado, pero sus amigos cada vez que podían lo usaban de excusa para poder reunirse y poder beber a placer, claro que con el permiso de sus esposas y novias respectivamente. En un abrir y cerrar de ojos, estaba abrazado de la poceta con los ojos rojos y llorosos. Un sabor amargo en la garganta y un olor que le molestaba en la nariz. Una nueva arcada, poco a poco se iba deshaciendo del brebaje maligno que le corría por el organismo.
El camino del baño a su cuarto fue un poco tortuoso y casi mortal, ya que un mal calculo hizo estrellar el dedo pequeño del pie derecho contra una pared. Y en su estado, los saltos que trataban de contrarrestar el dolor era un ir y venir de su cabeza contra la pared.
Al encontrar refugio en su cama se dio cuenta que alguien le movía el cuarto y la cama; pero estaba sólo. De nuevo empezó a reír, gritando: “que pea tan arrecha tengo”.
Siguiendo los consejos que escucho de adolescente, pero que él sentía que no servían para nada, se “ancló” al piso, a ver si este se le dejaba de mover y su cabeza no le seguía dando vueltas y podía dormir. La acción de anclarse no es otra cosa más que poner un pie en el piso mientras se esta acostado en la cama. Y así en esta posición, sintió que los párpados le pesaban y aunque la cabeza no dejaba de movérsele empezó a dormitar.
Estando en ese estado extraño entre el sueño profundo y una poca concepción de la realidad, vio una figura marchita que abría la puerta y entraba a su cuarto. ¿O la había dejado abierta? Se movía como una sombra, sin hacer ruido y cubierta totalmente por un manto negro que no dejaba nada visible. Caminó entornando la cama, a cierta distancia, más pegada a la pared que de la cama; como estudiando la situación. Rómulo pensó que era una bailarina con la que subió a su habitación y eso era parte de un show especial que le habían pagado sus amigos, que eran muy rocheleros.
Se espabiló y trató de sentarse al borde de la cama, al hacerlo se dio cuenta que estaba sólo en el cuarto. El repentino movimiento aceleró una arcada que se encontraba agazapada bajo los efectos del sueño y casi logra salir de su interior un bocado cálido y espeso que contenía de todo un poco de lo que aun conservaba en el estomago. Corrió desesperado hacia el baño, pues aunque estaba borracho recordaba la alfombra que cubría el suelo de su cuarto y lo que costaba despegar el olor a vómito de la misma.
Cansado, borracho y con el sabor desagradable de la bilis en la boca caminó agarrándose de las paredes para llegar con menos dolor al cuarto. Se lanzó boca abajo a la cama y quedó tendido de forma diagonal. Utilizó la mano izquierda como ancla. Volvió a cerrar los ojos y trató de conciliar el sueño. Tanta falta que le hacia.
Sintió como un par de ojos se le clavaban en la espalda y un peso repentino en el borde del colchón... un peso que no era provocado por él. Un peso en el mismo lado por donde sacaba la mano, pero hacia la puerta. La cabecera quedaba hacia la pared y los pies daban hacia la puerta, esa era la ubicación de la cama de Rómulo. Giró rápidamente hacia la derecha, golpeándose la cabeza contra la cabecera de hierro y antes de que el golpe lo despertara logro ver a la misma figura espectral que vio momentos antes. Esta vez y aunque fue menos tiempo, logró detallar un poco más la figura. Vio parte del rostro con facciones delicadas, no podía ser un hombre sino, definitivamente una mujer. El pelo, negro, suelto y a manera despeinada sobre la cara; no vio los ojos, sólo parte de la nariz, la boca, las mejillas y la barbilla.
De nuevo, el vómito quiso salir sobre la alfombra, sin embargo ya no le quedaba mucho en el estomago por vomitar y la arcada solo trajo amargura y saliva espesa, que se corrió por la comisura de los labios y llegó hasta el pecho. Rómulo decidió ir al baño nuevamente. Abrió la llave de agua fría, se lavó la cara y el pecho. Se miró en el espejo y se dio cuenta que estaba un poco más viejo que antes. Se sentía cansado y embotado, pero lograba distinguir en el espejo un rostro demacrado, que había perdido su lozanía y que demostraban unas cuantas lunas y excesos. Sin embargo poseía una belleza salvaje y profunda que no había notado en sí luego de 28 años viéndose en el espejo. Eso le pareció raro, pero decidió pensar al día siguiente, luego de dormir y poner en claro la mente. Antes de irse, tomo un sorbo largo de agua directamente del grifo y sobre él en el espejo, el reflejo de la misma aparición del cuarto flotando sobre la poceta.
Esta vez antes de entrar a su cuarto, echó una ojeada en la sala para verificar que realmente estaba solo. Desde el umbral observó la sala y lo poco que se veía de la cocina, desde su posición, comprobando que realmente era la única persona en su apartamento. Trató de reír pero ya no le quedaban casi fuerzas y a tras pies logró entrar de nuevo a su cuarto, cerrando la puerta y volviéndose a acostar boca abajo, a lo largo del colchón.
Esta vez no pasó mucho tiempo para cerrar totalmente los ojos y dejar la mente en blanco. Otra vez el peso en una de las puntas de la cama y una mirada que le traspasaba la espalda y que veía en su interior, le hicieron conmocionarse. Esta vez y tratando de evitar provocar el vómito, se volteó muy lentamente y a medida que se iba incorporando veía en la esquina de su cama, sentada en posición de loto, a la misma aparición de las veces anteriores.
Era una figura espectral; sí. Definitivamente parecía no ser de este mundo pues la blancura de su piel no era normal, ni muy albina que fuese. Era un blanco fantasmagórico, casi transparente. Su figura, definitivamente femenina, muy bien proporcionada se encontraba al descubierto, con los senos al aire. Su rostro se encontraba semi- oculto por la negra cabellera que hacia contraste con la blancura de su piel. Sin embargo era de facciones delicadas, agudas. De nariz puntiaguda pero agradable a la vista y entre los mechones, unos ojos grandes y muy expresivos, en los cuales se conjugaban diversidad de sentimientos. Dolor tal vez, conjugado con amor, miedo y resignación. Todo eso era lo que se podía observar en los ojos de la mujer misteriosa de manto fantasmal.
Rómulo no atino a decir nada, sólo contemplaba a la hermosa y fúnebre mujer que se encontró en su cama, miraba en sus ojos y se encontraba con un mar de sensaciones que por momentos lo asfixiaban y por instantes lo liberaban de sus propias necesidades y ataduras. Quería hablar, necesitaba saber como ella había llegado a su habitación sin él sentirla, ¿habrán sido sus amigos que lo expusieron a esta broma? ¿Realmente quería saber todo eso? ¿Era de verdad?
Sintió un torbellino de dudas y sensaciones que en vez de encausarle hacia una respuesta, le provocaban cada vez más dudas. Un dolor de cabeza con sonido de mosquito se apoderó de Rómulo, el zumbido se hacia cada vez más insoportable y la cabeza parecía estallarle. Y ella allí, impávida, impoluta, sólo observaba la desesperación de Rómulo, incluso sus labios se entreabrieron en una mueca de sonrisa. Esos labios de un color berenjena, pero carnosos y que invitaban a ser besados, humedecidos cada cierto tiempo con la punta de una lengua de igual color que invitaba a darle banquete a las carnes entremezcladas bajo una sabana, sazonada con mucha sudoración y cargada de caricias.
Rómulo desesperado cerró los ojos y busco relajarse de nuevo contra la cama. Se quedó quieto buscando la paz, ya que sintió una arcada muy fuerte, pero que no terminaba de salir. Se quedó recostado, esperando que se le pasara, no tenía más fuerzas para ir hasta el baño.
Así como estaba se sintió indefenso e incluso vulnerable, trato de abrir los ojos y no pudo, esa sensación le aterró. Al intentarlo de nuevo, obtuvo la misma respuesta; sin embargo ya no tenía miedo, una sensación de tranquilidad le comenzó a invadir desde los pies hacia la cabeza.
Los besos de la mujer eran los causantes de esa tranquilidad, que de la misma forma sigilosa en que se apareció la primera vez en el cuarto de Rómulo, ahora se encontraba sobre él, acariciándolo, besándolo. Los ojos de la Muerte brillaban, expresando un sentimiento de agrado, de gusto por lo que estaba haciendo. Incluso se avistaba un poco de deseo carnal por el hombre cuya vida se estaba extinguiendo y ella debía llevarse hasta donde van los muertos. Sus besos cada vez más apasionados, subían por su entrepierna, las caderas, los abdominales el pecho. Besaba no sólo imponiendo los labios sino que jugueteaba con la lengua y los ángulos expuestos de la fisonomía de Rómulo; que se dejaba llevar por la tranquilidad que le asaltaba sin saber que sería su última noche.
Al llegar a la cara, ella se detuvo. Pasó una mano sobre el rostro de Rómulo que le permitió volver a abrir los ojos. Quedo extasiado. Se reflejaba en unos ojos inmensos que mezclaban la vida en sus más profundas y largas significaciones, experiencia de muchas vidas absorbidas y muchas vidas, sola. Era una inmensidad que se mostraba ante él. Esa era la fase final. La Muerte enamorada decidía a quien le mostraba la respuesta a la pregunta que todos nos hacemos. Rómulo tuvo suerte, enamoró a la Muerte y supo la verdad.
Volvió a cerrar los ojos y los labios de la Muerte se posaron sobre los de él. Ella también cerró los suyos, con la esperanza que en otro momento él supiese reconocerla. No deseaba llevárselo, pero ya le había mostrado demasiado. Sólo aprovecho el tiempo suficiente para que las lenguas se entrelazaran y sentirse una vez más... humana.
Amaneció y el cuerpo inerte de Rómulo se encontraba sobre su cama. Por la ventana se observaba un zamuro que vigilaba el descanso de la Muerte que yacía acostada al lado de su última víctima de la noche, sin saber que la verdadera víctima había sido ella.