Volvieron a cruzarse las miradas, estas vez ella no soporto la gélida mirada inquisidora de él y volvió el rostro. Él se mantuvo un instante en suspenso, decidiendo sí dejaba salir los pensamientos nuevos acerca de ella, traducidos en palabras.
Pero no. Se paró y dejó para si esos pensamientos. Ya una nueva decisión estaba tomada. Esta, no le costo tanto y le iba a dejar un mejor sabor de boca. Tal vez muchas consecuencias, pero eso era lo de menos.
Mientras conducía a su apartamento, una fatal desesperación le hacía compañía, no pensaba en nada en específico, pero tampoco prestaba atención a la vía. Ni siquiera se detuvo a recapacitar en la premonición que pudo haber sido el frenazo de otro carro en una intersección. Siguió conduciendo cómo un autómata, sólo sintiéndose vivo con cada punzada que penetraba su alma y destruía su ilusión.
No metió el carro en el estacionamiento, lo dejó mal parado sobre la acera y tomó rumbo al ascensor. Dejó con la palabra en la boca al vigilante que le quería dar un recado. El ascenso se le hizo eterno a Plácido, que no daba crédito a lo lento que se le hacía llegar al piso 7. Para pasar el tiempo se puso a buscar las llaves del apartamento en sus bolsillos, primero en el derecho y no las encontró. Introdujo su otra mano en el bolsillo izquierdo y tampoco estaban allí. Se reconoció presa de la desesperación y tomando aire, volvió a revisar. En eso el ascensor marca el 7.
Su apartamento tipo duplex, queda enfrente de la puerta del ascensor y al abrirse este, nota que la reja esta entreabierta. Se acerca un poco más y ve que tampoco la puerta está cerrada. Entra y sin pensar llama con un grito a Manu, que no responde. No escucha sus ladridos, ¿puede ser que se haya escapado? ¿Habrá dejado él abierta la puerta y la reja cuando salió en la mañana? Instintivamente, vuelve sobre sus pasos matutinos, hasta llegar a la cocina y ve el cuerpo tendido y sin respirar de su fiel perra y junto a ella un envase abierto de veneno para ratas.
Plácido corre a su lado y levanta el cuerpo inerte. Esta vez, las lágrimas pudieron más que la cordura y el llanto explotó mientras abrazaba el cadáver de la perra.
Por todas estas emociones encontradas en un mismo día, no se da cuenta que falta el televisor pantalla plana de 42 pulgadas que tiene en la sala, o el X Box, o el dvd player. No sé da cuenta que en su cuarto las gavetas de la cómoda están en el suelo mientras una persona hurga de manera rápida y desesperada por objetos de valor y que se detuvo, asustado, al escuchar “Manu” gritado por alguien desde la entrada del apartamento.
Tampoco se da cuenta de la persona que se para detrás de él, que salió desde el estudio y que apuntándolo con un arma, se encarga de sesgar en fracciones de segundos, una vida que hasta ese entonces no había sentido, una decepción.