jueves, 29 de abril de 2010

Él y Ella (2/3)


-“Es un compañero de trabajo” Pensó Él, inocente, ¿o ciego? Pero su temor se hizo presente y los siguió a poca distancia.
Todavía en la puerta del hotel, sintió un halo de esperanza en su interior. “Ella es una representante hotelera, esto no tiene por que extrañarme”. De nuevo, inocente. Eso era un “matadero”, Él lo sabía, pero el amor nublaba su entendimiento.
Entonces, la cruda realidad llegó como una cachetada certera. Él- inocente- la llamó por teléfono. Ella contestó, y dijo que se encontraba en una reunión en la oficina, que por favor la llamara luego. Fulminante sus palabras y de nuevo, la mueca de asombro se hizo visible bajo el casco.
Su corazón estaba desecho, Él, quien tanto la amaba, ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Arrancó y trato de ver a través del torrente de lágrimas, aunque realmente ya no le preocupaba su bienestar. Ella lo había masacrado eficientemente.
Él no sabía que hacer, no tenía donde ir, no terminaba de decidir si devolverse y pelear o simplemente huir, con el dolor de su corazón a otro lado.
Él tomó la decisión correcta, huiría. Pero no sin antes hacerle saber a Ella, el porqué de su partida.
Llegó a la casa y abrazó al perro y este lloró junto a Él. Se levanto y haciendo un esfuerzo sobrehumano consiguió llegar al dormitorio, donde tantas veces Él creyó que le hacía el amor a su alma gemela. Hoy se dio cuenta que no era así.

martes, 27 de abril de 2010

Él y Ella (1/3)


Su corazón estaba desecho. Él, quien tanto la amaba, ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Él, que tanto le entregó se vio traicionado, cuando vio a su esposa entrar, en compañía de otro hombre a un conocido hotel de la ciudad.
Pero allí no fue donde comenzó todo. Tenía días sucediendo algo... Él lo notaba, ya no había la misma alegría en la casa, las noches no eran de fogosa actividad. Sólo era llegar  y asumir las culpas de lo que a Ella le sucedía.
Pero allí no fue donde comenzó todo, Ella ya no reía ante sus impertinencias inocentes, Ella ya no se fijaba en Él.
Fue ese día, cuando se dio cuenta de que era lo que realmente sucedía. Él, ya no era a quien Ella amaba. Había uno más. La pregunta constante de nunca responder, ¿Por qué?
Justo ese día que fue a buscarla más temprano al trabajo, en la flamante nueva moto, con un casco y una chaqueta nueva que disimulaban las formas y colores de la ropa con la cual salió en la mañana de la casa.
Y allí estaba Ella, tan bella como siempre. Deteniendo el tiempo a su paso. A colores. Lo demás en blanco y negro. Ella resaltaba, como siempre. Así la veía Él. Poderosa, bella, impactante, toda ella era un acontecimiento. Que nacimiento de Venus. Si Paris la hubiese visto, le hubiese entregado la manzana de oro y las deidades griegas hubiesen aceptado esa verdad. Así era Ella.
Y en el preciso instante en el que Él se iba a acercar. Se detuvo un auto. De clase. Nuevo. Negro. Él pensó, “Debe estar perdido” y su cara de asombro fue invisible por la presencia del casco, cuando ella abrió la puerta, miró para los lados y se montó.

sábado, 24 de abril de 2010

Decepción (8/8) Entrega Final


Volvieron a cruzarse las miradas, estas vez ella no soporto la gélida mirada inquisidora de él y volvió el rostro. Él se mantuvo un instante en suspenso, decidiendo sí dejaba salir los pensamientos nuevos acerca de ella, traducidos en palabras.
Pero no. Se paró y dejó para si esos pensamientos. Ya una nueva decisión estaba tomada. Esta, no le costo tanto y le iba a dejar un mejor sabor de boca. Tal vez muchas consecuencias, pero eso era lo de menos.
Mientras conducía a su apartamento, una fatal desesperación le hacía compañía, no pensaba en nada en específico, pero tampoco prestaba atención a la vía. Ni siquiera se detuvo a recapacitar en la premonición que pudo haber sido el frenazo de otro carro en una intersección. Siguió conduciendo cómo un autómata, sólo sintiéndose vivo con cada punzada que penetraba su alma y destruía su ilusión.
No metió el carro en el estacionamiento, lo dejó mal parado sobre la acera y tomó rumbo al ascensor. Dejó con la palabra en la boca al vigilante que le quería dar un recado. El ascenso se le hizo eterno a Plácido, que no daba crédito a lo lento que se le hacía llegar al piso 7. Para pasar el tiempo se puso a buscar las llaves del apartamento en sus bolsillos, primero en el derecho y no las encontró. Introdujo su otra mano en el bolsillo izquierdo y tampoco estaban allí. Se reconoció presa de la desesperación y tomando aire, volvió a revisar. En eso el ascensor marca el 7.
Su apartamento tipo duplex, queda enfrente de la puerta del ascensor y al abrirse este, nota que la reja esta entreabierta. Se acerca un poco más y ve que tampoco la puerta está cerrada. Entra y sin pensar llama con un grito a Manu, que no responde. No escucha sus ladridos, ¿puede ser que se haya escapado? ¿Habrá dejado él abierta la puerta y la reja cuando salió en la mañana? Instintivamente, vuelve sobre sus pasos matutinos, hasta llegar a la cocina y ve el cuerpo tendido y sin respirar de su fiel perra y junto a ella un envase abierto de veneno para ratas.
Plácido corre a su lado y levanta el cuerpo inerte. Esta vez, las lágrimas pudieron más que la cordura y el llanto explotó mientras abrazaba el cadáver de la perra.
Por todas estas emociones encontradas en un mismo día, no se da cuenta que falta el televisor pantalla plana de 42 pulgadas que tiene en la sala, o el X Box, o el dvd player. No sé da cuenta que en su cuarto las gavetas de la cómoda están en el suelo mientras una persona hurga de manera rápida y desesperada por objetos de valor y que se detuvo, asustado,  al escuchar “Manu” gritado por alguien desde la entrada del apartamento.
Tampoco se da cuenta de la persona que se para detrás de él, que salió desde el estudio y que apuntándolo con un arma,  se encarga de sesgar en fracciones de segundos, una vida que hasta ese entonces no había sentido, una decepción.

domingo, 18 de abril de 2010

Decepción (7/8)

Plácido se encontraba tan sumido en estos pensamiento que no atinó a escuchar la continuación de la frase. Sentencia lapidaria que destrozaría su vida. “Estoy embarazada, el padre es Camilo, por eso no me puedo casar contigo. No es justo ni para ti, ni para él, ni para el bebe.”
La vida se le escurrió a Plácido como agua por un desagüe, un derrumbe de sentimientos comenzó en su interior. Una cascada de lágrimas se agolpaban en el borde de los ojos esperando la orden de salida para dejarse caer, en una vertiginosa caída libre. El reloj se detuvo, pero el tiempo continuó avanzando inexorable, contando cada latido como el último. El corazón dudó por un momento en detenerse, pues la sangre, pastosa, espesa, pesada, le hacía su labor muy difícil. La respiración se entrecortó, la nariz colapsó por la presión ejercida por la mucosidad que acompaña al llanto.
El temblor de las manos se hacía cada vez más evidente, a lo lejos, observaba el mesonero desde la barra, sin ganas de acercarse y con la bandeja con los jugos al hombro. Para Plácido y para ella el mundo se había detenido, pero para el resto del mundo ellos eran un caso indescifrable, intocable. Y el mesonero pensaba, ¿Qué hago con los jugos?
Ella, al verlo tan consternado, apuró las respuestas a las preguntas que él no podía construir ni formular.- Fue la vez que te fuiste de viaje, nos encontramos, bebimos de más… sólo fue esa vez.- En su cara el arrepentimiento pintaba los gestos de dolor que acompañaban a las palabras. Ella no hubiese querido que terminara así.
En el rostro de Plácido, la violencia le enarcaba la cejas. Poco a poco, como una droga alucinógena, se apoderaba de sus sentidos, nublándolos. Apartando al sano juicio, apartando el raciocinio, la venganza tomaba un lugar privilegiado en el cerebro. En su mente un sinnúmero de imágenes violentas, teniéndola a ella y a Camilo como protagonistas, comenzaban a proyectarse. Las manos temblaban menos y se movían con una dirección determinada sobre la mesa. Ella sintió miedo al reflejarse en los ojos vidriosos de Plácido y retrocedió, siendo detenida por el espaldar de la silla. Sus manos se apartaron de la mesa y buscaron protección en su regazo. Y con su mirada, siguió el recorrido lúgubre de las manos de Plácido que se detuvieron sobre las llaves del carro.

Decepción (6/8)

- No puedo- dijo casi como un susurro.- De verdad no puedo.- Su palabras iban perdiendo el volumen inicial y la cara de Plácido era una máscara que tapaba sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, en su voz la desesperación marcaba la candencia de las palabras
- Pero, ¿por qué no? Acaso, no estamos creciendo como personas, acaso no te gustaría amanecer conmigo? Abrir los ojos a mi lado. Porque a mi si me gustaría que lo primero que vieran  mis ojos al despertar seas tú. Y llegar a casa contigo en ella, atendiéndome, atendiéndote.
- ¡Para!, no sigas… No puedo. ¡Escúchame!.- Y la cara de Ella iba perdiendo la majestuosidad de siempre. Y su piel, nacarada, a cada segundo que pasaba iba tornándose roja. Las lagrimas caían en tropel, sin gemidos. Sólo la voz entrecortada acompañaban al llanto mudo que empapaba el mantel de la mesa.- No puedo, escúchame, por favor. No te molestes.
Plácido contuvo las ganas de pararse de la mesa al pedir explicaciones. Se sentía muy decepcionado, para nada era esta la situación que él había esperado. De hecho, sentía que no estaba preparado para esta respuesta. A pesar de haberla visualizado durante su trasnocho y de creer que podría soportarla. Había fallado en el momento importante. El cerebro no le respondía bien. Las manos le temblaban. La garganta era un tobogán ardiente, la saliva se le secaba, cada vez le quedaba menos. El corazón latía aceleradamente. Tenía ganas de gritar, de correr y dejarlo todo atrás.
- No estoy molesto,- murmuró- Pero no entiendo tu respuesta. No me lo esperaba. Ayer parecía ser este el camino.
- Estoy embarazada.- Las palabras salieron de la boca de ella como una saeta que hizo blanco en la humanidad de Plácido, que palideció y se recostó sobre el espaldar de la silla. Ella estaba embarazada. Definitivamente esa respuesta no era la que esperaba. Sólo atinó a preguntar: ¿Cómo?- Se dio cuenta que esa no era la pregunta que debía hacer. Él sabía como. Muchos encuentros de piel desnuda, sudorosa, tenían en su haber. Sólo la primera vez fue incomoda. Risas nerviosas, caricias torpes. Desconocimiento del cuerpo ajeno. Ignorancia de los deseos del otro. Pero sobraba pasión, lujuria y ganas de aprender. De disfrutar cada centímetro de cuerpo, de sentir toda la fuerza de cada envión. Y la energía explotando en cada orgasmo.
Por supuesto que el sabía como. Cuantas veces sintió ardor en la espalda, un surco dejado por las uñas de ella, justo en el momento de la salvaje explosión. Cuantas veces sintió los labios en carne viva, por los mordiscos de ella. Claro que sabía como, esa no era la pregunta que debía haber formulado. Más bien le interesaba saber más, por qué esa situación no era un punto de unión. Un niño sería el clímax de su historia de vida. Un niño o niña, no importa. Ayer se trasnochó por la idea de pedir matrimonio y hoy, deliraba porque iba a ser padre.

sábado, 10 de abril de 2010

Decepción (5/8)


Cerca, en esa zona, había un restaurante que ofrecía desayunos. Realmente era una luncheria que ofrecía almuerzos, cenas y hasta una comida trasnochada.
Hablaron poco en el carro. Plácido porque esperaba un mejor ambiente para conversar, quería pedirle matrimonio en tranquilidad, no en el carro. Ella, porque estaba distante, un poco, mirando por la ventana los carros pasar.
Al fin llegaron, Plácido estacionó el carro y se apresuro a abrirle la puerta a ella. Encontraron una mesa en la terraza que daba a la calle. Un mesonero, retiró la silla de ella y luego la acomodó. Por su parte, Plácido tomo asiento y casi tumba el servilletero y los condimentos. Ambos sonrieron. No era la primera vez que delante de ella, la torpeza de Plácido hacia acto de presencia.
- Necesito decirte algo, no puede esperar más- Soltó ella sin mucha diplomacia, luego de haber ordenado los jugos. Ella pidió de fresa y Plácido de naranja.
- Pues vas a tener que esperar un poco más, pues yo tengo algo que decirte. Para eso te llamé.- Y la garganta de Plácido comenzaba a secarse. La saliva se hacía más espesa. La vista se le nublaba un poco. Sólo ella, se mantenía ingrávida en el centro de su punto focal.
- Pero…- ¡Pero nada!- Interrumpió Plácido- Te llame yo, en un acto de valentía.- Hoy me salto la caballerosidad y hablo de primero.
- Lo que tengo que decirte de verdad es muy importante, incluso puede afectar aquello que quieras decirme.- Dijo ella, bajando la mirada a la mesa, mientras sus manos jugueteaban distraídamente con una servilleta.
El auriga solar seguía con su andar monótono diario. Poco a poco se iba acercando al cenit. Un calor agradable flotaba en el ambiente, incluso los perros de la calle se dejaban llevar por la tranquilidad producida por el calor.
Plácido la observaba fijamente. Esperó a que levantara la mirada y cuando lo hizo dijo sin pensar: - Cásate conmigo.
Sus ojos se encontraron súbitamente y se mantuvieron sin parpadear lo que pareció una eternidad. Una lagrima asomó por el ojo izquierdo de ella. De pronto los sonidos de la calle desaparecieron y se escuchó como un trago grueso atravesó la garganta de Plácido, la manzana de Adán se elevó lentamente y volvió a su posición. Las manos de él buscaron las de ella, esperando fundirse en un apretón que delatara su respuesta. Pero ese apretón nunca llegó. Ella bajó la mirada y rompió el silencio con un suspiro prolongado.

lunes, 5 de abril de 2010

Decepción (4/8)


Las manos le seguían sudando, un poco más al acercarse el momento de encontrarse con ella. Los pensamientos se reunieron en tropel atropellándose entre ellos. Bajó la velocidad, una señora atravesaba la calle de una manera poco segura. Mientras esperaba que terminara de cruzar, Plácido fija su mirada en la fachada de piedras por donde saldrá ella. De pronto, la puerta se abre y el mundo se detiene. Poco a poco todo va perdiendo su brillo natural, los colores poco a poco se van opacando hasta ver todo en blanco y negro. La gente no camina, gracias a Dios la viejita ya cruzó, el viento no sopla. Los pájaros no cantan. El reloj no avanza.
Sólo ella, con su paso acompasado, como por una pasarela de alta costura, se mueve. Su cabello liso, sobre los hombros, ondula en cámara lenta con cada paso. Sus ojos irradian más luz que el sol y con cada parpadeo se adueña del lugar. Su piel blanca como el marfil, crea un halo tenue alrededor de su cuerpo. Como un aura mágica y casi mística. Al reconocer el carro de Plácido, sonríe. Uno de sus tesoros mejores guardados, con unos dientes como perlas y con la capacidad de iluminar una sala oscura con luz propia.
La sonrisa no dura mucho y con una seña le invita a avanzar. Ya no quedaba ni rastro de la anciana y un carro se acercaba doblando por la esquina. Aun le faltaban unos pocos metros para recogerla. Avanza, pero se le apaga el carro. Plácido sonríe, baja la cara mirando el volante y temblando lo enciende de nuevo. Cuando está por avanzar, escucha la voz de la diosa Afrodita en persona – Ya estoy aquí. Abre la puerta.
Plácido hubiese querido bajarse y abrirle la puerta, pero se contentó con subir el seguro y esperar que se montara. Acercó su cara a la de ella, buscando un beso en sus labios carnosos de dulce sabor, pero se encontró con una fría mejilla. Ella, había esquivado con mucha gracia el contacto de los labios. Sonrió de nuevo. Pero Plácido puedo ver que no era precisamente alegría lo que motivaba esa mueca en la boca.