sábado, 31 de julio de 2010

Deseo (7)


Verónica, como por instinto, se excusó con Delia, se levantó de la mesa y se fue al baño, como si Abel pudiese sentirla a través del teléfono.
En la soledad del baño, mientras se sonreía de la vida y ese episodio en particular, rememoró como terminó aquel día con Abel. Cuando llegó a su casa y aun con ganas de sentir la grandiosa agonía del orgasmo, se desnudó, dejando un camino de ropa a lo largo de la casa- ventajas de vivir sola, diría ella- y se acostó, dejando todo el placentero trabajo de apagar el fuego a sus dedos. Nunca fue amiga de los consoladores. Prefería sentirse, tocarse y disfrutarse ella misma. Conocer cada pulgada de su sexo, embriagarse por el contacto de sus propios jugos y no sentir la necesidad de esconderse detrás de ningún hombre o artilugio para conseguir el placer.
Se colocó una almohada bajo la pelvis, levantando un poco su sexo, dejando más al descubierto el clítoris, que se abría camino entre los labios menores. Sus manos, interpretaban el papel de unas manos desconocidas, que recorrían su cuerpo y cuyo único objetivo era llegar a su vagina. Justo allí, un afluente fluvial se desataba, dando cuenta de su estado de excitación y permitía que sus dedos se humectaran antes de asaltar el clítoris, con un frenético, pero delicado movimiento circular, en el cual la yema de los dedos hacían una leve presión, enviando pequeñas descargas eléctricas a un ritmo desenfrenado, por todo el cuerpo, hacia el cerebro.
Obviamente, su imaginación tenía una importancia capital durante estas sesiones de masturbación, pues recreaban el ambiente necesario para lograr la máxima satisfacción sexual que podía obtener de esa forma. A veces, fantaseaba con gente imaginaria, que tenían un cúmulo de características especiales, tanto físicas como psicológicas. Otras veces, simplemente se dejaba llevar, por momentos o “escenas” vividas en su vida, situaciones lo suficientemente buenas como para revivirlas en la intimidad. Y otras, el desespero de la falta de intimidad se convertía en una buena excusa para encontrarse con ella misma.
Esa noche, no necesitaba mucho estímulo, pues el inicio de la noche la habían dejado con muchas ganas. Su mente, comenzaba a preparar lo que hubiese sido la noche perfecta y unas piernas bien definidas, tatuadas, se dibujaron en su mente.

Deseo (6)


Se levantó de la cama y escuchó decir a Abel –“Reinita, de verdad te amo, no sé que me pasó. Es la primera vez que me pasa algo así, no te sientas mal, porque no te estoy mintiendo, de verdad te amo.”
El tono suplicante y lastimero de Abel, le molestó un poco, pero se mantuvo serena y le dijo, lo más cariñosa que podía sonar. –“Tranquilo Abel, esas cosas pasan. Hoy ha sido un buen día, de muchas emociones. No te preocupes, de…”
“- Yo sabía mi amada, sabía que me ibas a entender”- la interrumpió Abel, un poco más dispuesto que segundos atrás.- “Eres mi alma gemela, ¿qué bella como me entiendes? Yo lo supe desde que nos entendimos en la cama”
La cara de Verónica era un poema. Una mezcla de indignación, con orgullo femenino y ganas insatisfechas. No supo que responder a eso. Recogió la ropa del suelo y fue al baño. Necesitaba quitarse el olor a saliva que le recordaba a Abel, además necesitaba parar ese calor que sentía por dentro, remanente del buen inicio de la noche.
En el baño lamentó el collar roto y el bikini menos. Entró en la ducha y tomó un baño rápido, necesitaba salir de allí, antes de que a Abel, se le ocurriera la brillante idea de volver a intentarlo. Se vistió y volvió a lamentarse por los objetos perdidos. Se miró en el espejo y con una mueca de risa, se lamentó de su situación.
Al salir del baño se dio cuenta que Abel dormía desnudo en la cama. Verónica volvió a sonreír. Ahora tenía que agarrar un taxi y salir como si fuese una prostituta, antes del cliente, que se queda a dormir en el hotel, mientras ella sale en silencio. -“Por eso es que cobran antes del “show”. Irónica la vida” pensó y Verónica, volvió a sonreír.
Sin hacer bulla salió, tratando de dejar atrás este fatídico episodio de su vida, pensando en que manera le iban a pagar sus amigos por este error. Lamentablemente para Verónica, no todo quedó allí, en ese hotel cinco estrellas de la ciudad. Lo más difícil fue sacar al buena gente de Abel de su vida. Realmente fue muy difícil.
“…No woman no cry/ Oh my Little sister/ don't she'd no tears…” La música sacó de sus pensamientos a Verónica. Delia, reía a su lado. Cómplice por el recuerdo de Abel y le dijo – “Hablando del rey de Roma, quien se asoma”
“- ¿Qué? ¿Ese es Abel?” Preguntó ella sorprendida y controlando un reflejo de salir corriendo. -“Si” –Contestó Delia, aun sonriendo. –“Agustín le cambió el tono del celular, después que nos contaste. Creo que escogió uno bien acertado.” Delia no puedo más y rompió la tranquilidad del momento con una carcajada, que hizo que Agustín se volteara y con teléfono en mano y le hiciera una seña para que se quedará callada.

miércoles, 21 de julio de 2010

Deseo (5)


Verónica no salía de su asombro, como una noche que había empezado tan bien, estuviese tomando estos derroteros. Ella tampoco era tan bella, como para que Abel se convirtiera en un primate. ¿Dónde estaba el caballero que le prestó el saco cuando hizo frío? O para no ir tan lejos, ¿dónde estaba el hombre que se le insinúo en el ascensor?
Volvió a la realidad cuando sintió un dolor en el pezón derecho. La había mordido, el muy idiota la había mordido, agregando –“ ¿te gustó, verdad? Si… sé que te gustó por como te estremeciste”
Verónica, se encontraba deseando que todo terminara ya, necesitaba salir de allí. La mano izquierda del torpe invasor se estaba dirigiendo hacia su braga, el objetivo era su sexo. La derecha seguía apretando el adolorido pezón mordido mientras la boca de él, esparcía su saliva por el seno izquierdo. Chupaba como si estuviese tomando refresco de un pitillo. No era nada agradable.
“-Hay que darle cariñito a las 2 niñitas por igual… ¿Verdad, bebe?” Esa era la guinda del helado. Verónica no podía creer que el tipo joven y culto, caballeroso por demás, que le había brindado una velada espectacular antes de llegar al hotel, se había convertido en ese ser tan baboso y mala cama. Pero aun, no había llegado lo peor.
El objetivo de su mano izquierda no era el sexo de Verónica en sí. Eran las bragas, que arrancó lastimándole la piel de la cadera mientras decía:- “Te amo, nena, ¡ Te amo! ¡Tengo unas ganas de ti que voy a reventar!”
Verónica se sorprendió por la confesión realizada por Abel, más, porque todo su lenguaje corporal revelaba que no quería que él llegara a consumar el acto. Sin embargo, él no de daba cuenta de eso y gritaba que la amaba mientras se erguía en el piso para quitarse el interior tipo tanga y resollaba –“Uy,que rico, ¡que rico, bebe!
Desnuda, sobre la cama, Verónica se sentía vulnerable, la más desprotegida del mundo, aunque al ver a Abel así, sintió lástima de él. No era la primera vez que justificaba la manera de actuar de una persona. Trataba de entender cada una de las circunstancias que podían afectar a un ser humano. No era la primera vez que estaba con alguien que no sabía lo que hacía, además, él se había portado muy bien con ella. Y no se había puesto violento, sino excitado y eso le había hecho perder el control.
De pronto, vio algo que la alteró, aunque fue más lo que tuvo que contener la risa que lo que la turbó, pues Abel, con el juego previó y el roce de sus manos sobre el pene mientras se quitaba el interior, eyaculó sobre los pantalones. No era mentira su confesión en la que decía que estaba por estallar.
La cara de Abel, pasó por todos los colores posibles. Sus ojos se abrieron desmesuradamente como buscando una explicación en el rostro de Verónica, quien tuvo que volver a hacer un esfuerzo para no sonreír. Sobre todo, porque a su mente vino parte del estribillo de una canción de Willie Colón “…Esta es la historia de cayo condón, no le dio tiempo a ponerse el sombrero…”
Abel, retrocedió 3 pasos, arrastrando los pies y se dejó caer en un sillón, sobre su chaqueta. En sus manos, se solidificaba su líquido fecundador, mientras que en el borde de la cama, goteaba hasta formar un charco espeso sobre el pantalón.
Pasaron unos segundos que a Verónica le parecieron eternos. Trato de ver hacia otro lado como no dándole importancia al asunto, pero vio cuando los ojos de Abel se iban poniendo vidriosos. Ella tenía que tomar cartas en el asunto, si quería salir de allí y que la pesadilla de esa noche acabara. Sonrió para sí y pensó -“Realmente ya acabó, necesito que se termine la noche.” 

lunes, 19 de julio de 2010

Deseo (4)


Ella, vestida con una camisa blanca de mangas ¾ y botones, unos brassiers 34B. Una falda vaporosa, tres dedos más abajo de las rodillas, color negro. Un cinturón negro con detalles en azul y plata, que hacían juego con los zapatos puntiagudos y tacón de aguja. Con unos collares de piedras, del mismo azul que el detalle del cinturón, muy largo, con 2 vueltas sobre su cuello y que se enredaba en las manos de él.
Por su parte Abel, tenía un jean azul, zapatos negros tipo mocasín con punta cuadrada, una camisa verde tornasol, manga larga y un saco, que gracias a Dios, ella ya lo había lanzado sobre uno de los sillones de la habitación.
Realmente, la ropa estaba difícil. La falda y el pantalón de él, parecían no querer desabotonarse. Tal vez era una señal, ignorada, de lo que iba a suceder a continuación.
Ella tomó el control de sus prendas y se deshizo de la falda y la camisa. Quedó solamente con la ropa interior. Unas bragas tipo “hilo”, de encaje negro. Que realzaban el blanco marfil de su piel. El brassier 34B, ofreció menos resistencia que la falda y la camisa. Al caer, se asomaron unos senos firmes y en su sitio, con unas aureolas rosadas y unos pezones erguidos, signo inequívoco de estar en la senda correcta.
El collar se había roto y en ese momento no importó. Ella tenía la cama a su espalda y se dejo caer. Abel, no podía zafarse el pantalón, pues de la emoción, se los estaba bajando sin haberse quitado los zapatos. Cuando vio el cuerpo semidesnudo de Verónica, se tomó un tiempo para observar y comenzó a sudar profusamente. Las manos le temblaban y menos podía seguir de pie mientras hacía malabares.
Y no era para menos, pues la luz tenue de la habitación, hacía un juego de claroscuro sobre el cuerpo de Verónica, haciéndola etérea, casi mágica. Su cabello negro, corto, realzaba los finos rasgos de su rostro. Sus brazos, delicados, pero mostraban las huellas de la práctica deportiva. Su abdomen plano, marcado, aunque signado por el eterno reclamo por excesos de días anteriores. Sus piernas, torneadas, largas. Esbeltas. Parece mentira, que durante su adolescencia, esas mismas piernas le hubiesen causado tanto dolor. En el colegio la llamaban “avestruz”, por lo rápido que corría y por lo largas y flacas que eran esas mismas piernas que han hecho babear a más de uno.
Y allí estaba Abel, babeando y balbuceando. Con la camisa abierta, una pierna fuera del pantalón, con la media puesta. Y la otra pierna, entablando una lucha sin cuartel para salir con el zapato puesto.
Ella sonrió y esta vez fue ella quien lo atrajo hacia la cama y buscó su boca. Los labios se encontraron uno contra otro, mientras las manos de ella hacían ágiles movimientos para sacarle la camisa. De pronto, una desesperación se apoderó de Abel y abrió la boca, como un pez fuera del agua. Y literalmente se tragó los labios carnosos de Verónica. Al saberse liberado de la camisa, la abrazó, con una mano por la cintura y la otra apretándole la cara contra la de él, al tiempo que sacaba la lengua. Esta parecía un instrumento de tortura medieval, moviéndose de manera desenfrenada a lo largo y ancho de la boca y la garganta. ¿Tal vez Abel tenía un injerto en la lengua, qué la hacía más larga de lo normal?
Instintivamente Verónica quiso zafarse, pero fue lanzada con fuerza sobre la cama, por lo menos ya no tenía esa larga lengua registrándole la boca de manera poco natural. Sin embargo lo que vino no fue mejor, las manos torpes de Abel comenzaron a apretarle los senos, como si quisiera exprimirles el jugo. Por momentos dejaba de hacer eso y se concentraba en los pezones, como si fuesen la perilla de un radio viejo y estuviese sintonizándolo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Deseo (3)

A pesar de eso, Abel parecía divertido, responsable y caballero. Así que dejándose influenciar por Delia y  Agustín, le dio una oportunidad al bueno de Abel. Tal vez, luego de superados los formalismos del noviazgo, sería un poco más fogoso. Pero no fue así. Se convirtió en una mala experiencia en la vida de Verónica, que además le preocupaba, como iba a ser afectada la relación de ella con Delia y Agustín, sobretodo con él.
La primera noche que pasaron juntos después de ser novios, empezó muy bien. Abel la pasó buscando al trabajo, un viernes. Y la llevó a un restaurant, que el techo se abre y dejaba ver las estrellas, exclusivo y muy romántico. Al llegar, una botella de vino blanco Chardonnay, muy joven y en la temperatura perfecta, sirvió de antesala a lo que se podía esperar de esa noche. La comida, en su justa medida, gourmet, ni mucho ni poco, estaba perfecta. Ella pidió salmón ahumado con salsa de champiñones, puré de papas hecho con leche de cabra. Era la primera vez que comía salmón y leche de cabra. Definitivamente la noche prometía.
Él se desvivió en atenciones. Le abría la puerta, le arrimaba la silla, incluso le prestó el saco, cuando entrada la noche y aun bajo las estrellas, ella comenzó a tiritar. Inclusive, muy decentemente le preguntó si ella quería seguir la velada con él en un sitio más intimo, o si quería ir a descansar. -“La noche es joven y yo… Yo soy toda tuya” - Fue su respuesta.
“-…I know/ there's only/ only one like you/ There's no way/ they could have made two…” La voz cálida y penetrante de Barry White, creaba el ambiente en el carro, las sensaciones, las ganas y el deseo se iban apoderando de Verónica, que no podía creer que esta era la misma persona que casi no la había tocado, durante el noviazgo.
Abel, se veía seguro, lo que le brindaba un sexappeal, que no era muy común en él. Porque, aunque tenía todo el porte de galán, le faltaba un poco de malicia.
Verónica quedo aun más gratamente sorprendida, cuando llegaron al lobby de un hotel cinco estrellas, perteneciente a una famosa cadena internacional. -“Quise que esta vez fuese lo más especial para ambos”- dijo Abel al ver la cara de asombro de Verónica, que a manera de agradecimiento y aprobación sonrió, bajando un poco la cara y entrecerrando los ojos un poco. Dejando el aire impregnado con su pícara inocencia. Truco que aprendió poco a poco con el primer hombre de su vida, su padre. Nunca le negó nada cuando ella hacia ese gesto. Y siempre se lo dijo. –“Hija, cada vez que haces eso me desarmas”
En el ascensor del hotel, subiendo a la suite 1003, comenzó el juego. Abel la atrajo hacia sí. Acercó sus labios a los de ella, pero no la besó, solo rozó su mejilla izquierda y siguió bajando hasta el cuello. Un temblor estremeció las piernas de Verónica, que se aferró a la nuca de él, introduciendo los dedos entre el cabello, rozando con fuerza el cuero cabelludo. Sus labios, intentaban reclamar el lóbulo de la oreja derecha de él.
El pitido del ascensor fue escuchado de mala gana, pues se tuvieron que separar, pero lo agradecieron cuando al abrirse la puerta, entraba una pareja de octogenarios turistas, vestidos elegantemente, que iban a disfrutar del bingo del hotel.
Pasada la formalidad de la salida del ascensor, el incomodo momento de encontrar la fulana habitación y el desespero de abrir la puerta con la tarjeta digital, que no siempre hace contacto a la primera. Y se encontraron, en menos de lo que se piensa, luchando contra la ropa.

lunes, 5 de julio de 2010

Deseo (2)

“Mija, ¿te perdiste? ¿para donde te fuiste?”- dijo Delia y Verónica salió de su ensimismamiento un poco angustiada y sobresaltada - “ ¿No escuchaste lo que te dije? Horribles esos shorcitos de Agustín, ¡Horribles!”.




Verónica, rápidamente trató de reagrupar sus pensamientos, mientras enterraba en su subconsciente la imagen de las piernas de Agustín, atinando a decir:-“Si… si, no puedo creer que salga con eso, es que me he quedado lela”. Mentira, realmente creía que le quedaba muy, pero muy bien. Además, él siempre se ha sentido a gusto con los colores chillones, esos que muy poca gente tiene el valor de ponerse.


“-Agustín, ¿no te da pena salir con eso a la calle?” dijo Verónica cuando se topó con la mirada de Agustín saliendo del baño. –“ ¡Ah, bueno! ¿te contagiaste de la mente cerrada? Yo sabía que eso se pegaba y no hay cura.”


Verónica volvió a reír, esta vez muy descarada y con una risa sonora que alegraba la estancia, además intentaba tapar el rubor de sus mejillas con las manos que se llevaba a la cara. En cambio Delia, soltó un gruñido de desaprobación mientras miraba inquisidoramente a Agustín y se preparaba a responder. Él, rápidamente y con la experiencia de mil enfrentamientos perdidos, entorno los ojos y se acercó cariñosamente abrazándola. –“ ¡Mentira, mi cosha peshosha! mentira, que la mente cerrada si se cura. Con cariño y mucho amor de este loquito. Con paciencia y salivita”


Delia trataba de zafarse del abrazo zalamero y los besos sonoros que le propina Agustín, que pronto transforma sus manos en armas de cosquillas masivas, atacándole los costados y haciéndola revolverse sobre sí, mientras lo amenazaba entre risas y gritos nerviosos.


“- Se viene la segunda parte, de este partido ¡Impresionante!” la voz del narrador hizo las veces del la campana del perro de Pavlov, Agustín soltó su presa y se despidió dando saltos cortos de izquierda a derecha, como si evitara una ráfaga de objetos lanzados en su contra. ¡Pshhhh! El sonido producido por la lata al abrirla, tapó los comentarios que lanzaba Delia desde la cocina. Y mientras un sorbo frío de una rubia “Grolsch” bajaba por la garganta de Agustín, que con los ojos cerrados, la mente en blanco, se dejaba arrullar por la risa más encantadora que ha escuchado. La de Verónica.


“-Arranca el segundo tiempo, no hay modificaciones por ninguno de los dos equipos…” sonaba de fondo mientras Verónica, recobrando la compostura y con una sonrisa franca decía:-“Qué bello lo que ustedes tienen, Agustín te adora”


Delia, aun con la cara roja por el esfuerzo, no pudo ocultar su satisfacción por el comentario de su mejor amiga. Comentario por demás muy cierto y que la llenaba de alegría.-“Gracias amiga, ya veras que tú también conseguirás a alguien así. Y podrás vivir tu historia de amor.”


“Nada de eso. ¿Quién te dijo que yo quería historias románticas, de príncipes azules? Yo lo que quiero es disfrutar mi vida y un tipo que me sepa atender… No que después de todo, tenga que terminar yo sola el trabajo. ¡Jajaja!” Verónica volvió a reír y Delia, entre horrorizada y cómplice le devolvió la risa.


“-Vero, no seas rata, ¿qué es eso?”


“- Tú sabes, no te hagas la loca, que yo te conté lo que me pasó con Abel”


La historia de Abel es un tanto desafortunada. Realmente más que desafortunada era triste, una historia de expectativas opuestas. De entregas inconclusas o erradas. Abel, un amigo de Agustín, había salido un par de meses con Verónica ante de pedirle que fuesen novios. Abel, era un tipo bien parecido, de ojos verdes y cabello amarillo, las huellas de un ancestro alemán eran notables. Muy culto y por sobre todo una persona de muy buenos sentimientos. Digno heredero del nombre del personaje bíblico original. Sin embargo, era muy formal para ella. En esos dos meses, sus encuentros carnales sólo habían conducido hasta un sostén desabrochado, unos botones de camisa rotos y un mano muy tímida, casi, rozando sus nalgas.