Allí estaba él. Sentado en el mueble viendo televisión. Fútbol, como siempre. Bailando entre el borde del asiento y el espaldar, según la emoción del momento. Según anduviese el equipo. Con gestos en la cara que denotaban su desesperación cuando perdían el balón, o el grito mudo de gol, cortado de golpe, por los escasos centímetros que separaban el esférico del fondo de la red. Ese, no era un buen momento para acercársele, cuando lo interrumpían no decía nada, pero como lo sufría.
Era tácito, todos sabíamos eso, bueno, yo lo sabía, pero Delia no hacía otra cosa que preguntarle y hablarle de cualquier cosa, en ese preciso momento. Él volteaba un par de veces, sonriendo. La tercera vez, su mirada gélida se posaba sobre ella, mirándola con sumo desprecio. Y si se aventuraba a una cuarta, se paraba y apagaba el televisor, a la vez que decía, “Bien, hoy no es día de fútbol. Tampoco es que me importe. Como no me gusta, no hay problema” y se dirigía al cuarto y se recostaba en la cama a ver el techo.
Muchas veces vi esa escena entre Delia y Agustín, suficiente con la primera para saber que no lo debía hacer. Realmente fueron más de las que debí ver. Lo peor es que no terminaban sólo en eso. Al final, se creaba una bola de nieve que los hacía enmudecer de 3 a 4 horas. Y yo, en el medio, la amiga de los dos.
Un grito de gol, sacó a Verónica de sus pensamientos. Agustín saltaba como poseído y se abrazaba con fanáticos imaginarios. Pues solo estaban ella, Delia y él.
“!No joda! Así papá, así es que se gana, ¡pa’ que sean serios! ¡Y dónde están y dónde están, los hijoe’…”
Su cántico de celebración fue interrumpido por Delia, que venía saliendo del cuarto. “!Niño, contrólate! ¿ya vas a empezar con tus vulgaridades? ¿De qué barrio fue que te saqué?
Agustín frenó en seco. Su rostro se endureció un poco, pero no perdió la sonrisa. Verónica, se arrimó a la cocina, esperando que iniciaran la discusión. Delia miraba a Agustín y él, con el rabillo del ojo veía las repeticiones, sin quitar la cara en dirección de su novia. No paso nada, nadie dijo nada.
Delia, sintiéndose vencedora se volteó y entró a la cocina. Abrió la nevera y Verónica tuvo que contener la risa a causa de las muecas de burla que hacía Agustín, remedando a Delia, que ya cerraba la puerta y con un termo de agua se sentaba en la mesa.“ ¿Qué te pasa, Vero? Y ¿esa cara?”
Verónica, también tomaba asiento mientras sostenía una mirada pícara y cómplice de Agustín.
Y así continuaron los minutos. Delia y Verónica hablando de ofertas, de color de esmalte de uñas, de unos vestidos, de sus madres y de una que otra indecencia; en fin, cosas de mujeres. Mientras Agustín disfrutaba de las bondades terrenales de un buen domingo de fútbol, con un aun mejor resultado. Una “bocata”, tortilla de papas con chorizo español y en un pan canilla, para acompañar a las cervezas, muy frías, sacadas del congelador minutos antes del pitazo inicial y arregladas en una cava, convenientemente cerca del sofá.
Delia interrumpe su conversación cuando siente que Agustín se levanta. –“ ¿Se terminó ya?- ¡Hey! Ni lo sueñes, cuidadito con acercarte a la tele, que es sólo el descanso. Voy al baño y vuelvo”
Verónica, volvió a sonreír. Esta vez fue más evidente, realmente encontraba muy divertida la lucha de poderes por hacerse del control remoto. Y sin darse cuenta dejó que la mirada se le fuera a las piernas de Agustín, muy destapadas pues usaba un short de correr, corto, de color naranja. Con unas buenas pantorrillas bien torneadas y adornadas, en las bases, con unos tatuajes de alas, como las de las sandalias aladas del dios romano Mercurio.
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