Mientras todo esto ocurría en la mente de Doña Brígida, en la realidad; mejor dicho en el exterior, su enfermero Ángel, hacia hasta lo imposible para traerla de vuelta. Le tomaba el pulso, y en vez de recibir signos positivos, los recibía negativos. Ángel temblaba, para sus adentros se trataba de dar toda clase de ánimos, y recordaba lo primero que había aprendido en las lecciones de primeros auxilios. Llamó a Estela y le pidió que llamara a la clínica para que la vinieran a buscar. En ese momento se entablaba una lucha milenaria, que no podía contabilizarse por todas las veces que había sucedido; la lucha entre la vida y la muerte. Por el lado de la vida luchaban Ángel y sus conocimientos, pero por el lado de la muerte luchaban el tiempo y las ganas, que más que ganas era resignación, Doña Brígida estaba entregada a la idea de irse definitivamente de este espacio terrenal. Sus cartas estaban echadas, ya no podía retroceder... Ángel desesperaba cada vez más, y Estela entraba en pánico.
Algo pasó, en el rostro de Estela, se cruzaron los colores de la desesperación y el dolor; Ángel titubeó, sintió como las piernas le fallaban y no le respondían. Lo inevitable, llegó y en el rostro de Doña Brígida la calma, la paz y la tranquilidad florecieron junto con una sonrisa.
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