jueves, 21 de abril de 2011

La Misión (10/10)

Al llegar al cobertizo, se escondió bajo la tienda y en el piso rompió en llanto. Su llanto era amargo debido a que conocía la verdad y eso era peor que vivir en la ignorancia ya había visto el futuro, sabía lo que iba a pasar. No había vuelta atrás, una acción desencadena otra. Todo por culpa de él. Su madre tuvo razón al aborrecerlo, pero hizo mal en abandonarle, lo debieron haber matado y de esta manera él no hubiese sido quien traicionó a Jesucristo. ¿Qué iba a hacer después de todo esto?, ¿a dónde se va esconder?, ¿de qué va a vivir?
Mientras todas estas dudas daban vueltas en su cabeza, se incorporó y miró a su alrededor, sus ojos se tornaron sombríos. Mecánicamente, buscó una esquina del cobertizo, muy calmado, sin desesperar. Se acercó lentamente a esa esquina. Se agachó, recogió algo y se fue a un árbol cercano. Dejó de pensar en los problemas y dijo en voz alta: - Ya encontré la solución.- subió a un montículo y antes de saltar gritó: - Yo también te amaba.
El sol que siguió su curso, ya se encontraba al final del mismo, la brisa fría de la noche desértica empezaba a soplar. El paisaje era idéntico al de la noche anterior, solamente, a lo lejos y visto hacia el horizonte, un cuerpo inerte se balanceaba sobre la rama de un árbol. Un cuerpo que nadie lloró, ni reclamó. Sólo fue recordado por los siglos de los siglos como el traidor que entregó a Jesucristo

La Misión (9/10)


- Eso no puede seguir así, es una gran equivocación, te lo imploro, déjalo libre…. O harás que te…
- ¡No! ¡Te acabo de decir que no!, o ¿qué harás? ¿Tú tomarías su puesto?... Ya recibiste tu pago, anda y alimenta a tus mugrientos pobres, con todo ese dinero que te dimos. Y no vuelvas más o te encontraras con el filo de la espada de algunos centuriones.
- He traicionado sangre inocente, ¡ya no quiero tu maldito dinero, un dinero lleno de sangre!
Y diciendo esto, Judas se arrancó de la cintura la bolsita de cuero con las treinta monedas de plata y se las arrojó a los pies de Caifás. Con lágrimas en los ojos corrió lo más rápido que pudo hacia el terreno elevado, a las afueras de la ciudad en donde se encontraba el cobertizo, llevándose por delante todo aquello que se encontraba a su paso. Dada la rapidéz con la que se desplazaba, perdió una sandalia en el camino, su pie sentía el dolor penetrante al encontrarse con las espinas del camino y las ramas de los cactus, pero a él no le importaba, no tenía capacidad de pararse a tratar de proteger su pie. No podía dejar de correr, ya nisiquiera podía seguir viviendo.
Mientras corría, en su mente iba encontrando la respuesta; había traicionado a Jesús porque así lo había querido el Padre. Todo fue preparado desde el principio. Él fue el escogido para llevar a cabo esa tarea maldita y cargar con ese estigma por toda su vida. Pero por qué Jesús no le previno, por qué tuvo que dejar que pasara sin siquiera habérselo dicho. ¿Por qué él?, ya no había sufrido lo suficiente en toda su vida como para también ser el delator de Jesús. ¿Por qué no Pedro o Santiago?, que eran los apóstoles perfectos, que siempre siguieron todos y cada unos de los preceptos que decía el Maestro. Él también lo amaba, él también le entregó su corazón y se dispuso a seguirlo, pero no como un borrego, o como uno más, quería imprimirle su sello al reino que Jesús traería. Quería ser parte fundamental de esas enseñanzas, porque sentía que a Jesucristo le faltaba fuerza, acción, y él por su experiencia se la podría brindar. 

La Misión (8/10)


Ese panorama le lleno de un susto mortal y decidió entrar a toda costa, atravesó el corredor a toda velocidad; no se detuvo a la voz de alto que le dieran los guardias al pasar a la sala de lectura e incluso atropelló a uno de ellos que le interrumpía el paso a los aposentos de Caifás.
- ¿Qué haces aquí? No recibiste tu pago ya, 30 monedas de plata no te parecen suficientes, ¿es qué acaso quieres más?.- Fue el saludo del Sumo Sacerdote.
- Vengo a decirte que quiero deshacer el trato, ¡quiero que lo suelten! No se como pude caer en su juego político.
- Ja, ja, ja, ahora hazte el inocente, tú quieres su caída tanto como nosotros. Tú crees que es así de fácil, tú te retractas, lo dices y ya; nosotros lo soltamos. No, no, no lo creo. Ya tú diste tu palabra y nosotros te dimos la paga, no hay vuelta atrás.
-Pero… es que él es inocente, no es el que ustedes estaban buscando. Acaso lo han visto investido de poder, lo han visto dirigir un ejército… ¡No!, es sólo un loco que tiene delirios de grandeza. No es más que un pobre diablo.
- No importa lo que me vengas a decir, lo que se ha hecho ya, se ha hecho y punto. ¡No podemos volver atrás! Además, si es como tú dices, un pobre loco con delirios de grandeza, por qué te importa lo que le pueda suceder. Creedme que aunque no sea a quien hemos estado buscando, pagará como tal y su muerte servirá para calmar los ánimos del pueblo.

La Misión (7/10)


Por qué no demuestra su gran poder y hace venir un ejército que lo libere, tome su puesto de una vez como el rey de los judíos y así nos libere del dominio romano. Los Zelotes estaríamos dispuestos a luchar hasta la muerte y demostrarle al pueblo hebreo, quien es el poder. ¡Pero no!; él tiene que esperar por lo que dice el Padre, lo que le dice en sus oraciones y actuar con calma. Por eso lo entregué, por no haber cumplido con lo que nos prometió, ¿dónde está el reino que él iba a instaurar?, ¿dónde está el poder de los cielos?, ¿en dónde se están haciendo realidad las profecías de Juan el Bautista?
Judas doblaba en la esquina y se dirigía a una edificación muy antigua e imponente; era el Sanedrín, quería hablar con Caifas, el Sumo Sacerdote. En su mente todo estaba confuso, no sabía si quiera por donde empezar su conversación con el Sumo Sacerdote, incluso, no sabía si sería recibido, aunque eso era lo de menos.
Luego pensó, ¿por qué yo, luego de haberle entregado debo ser quien lo salve?, ¿no era él quien nos iba a salvar?, por qué no usa todo su poder y lo logra, de esta manera demuestra quién es el Salvador. Además, mi traición va a traer beneficios para el pueblo hebreo. Mucha gente recibirá alimentos y muchos otros, armas para continuar la lucha que nos hemos trazado. Una vez más Judas dudó.
Salió de la antesala del edificio, de nuevo vió el cielo, éste se encontraba nublado luego de haber amanecido con un sol que destellaba, vió la lluvia como una señal positiva y trato de tranquilizarse, pero en su mente sólo encontraba espacio para el temor y la duda, ya la tranquilidad y la paz no retornarían a su atormentada humanidad, él no lo sabía, pero lo comenzaba a sospechar.
Decidió seguir su camino hacia la casa de los apóstoles, sin embargo dudó, volteó la cara y vió de nuevo el edificio del Sanedrín. Algo le hacía pensar que debía entrar ya que allí encontraría la razón de su actuar. En ese momento, pasaron por su mente un sin fin de imágenes que mostraban catástrofes y desgracias; Jesús siendo golpeado por los soldados romanos, el juicio popular, en el cual el pueblo escogería la liberación de un delincuente cualquiera en vez de Jesucristo, la posterior crucifixión y todas las desgracias que caerían sobre los cristianos, las persecuciones y matanzas ordenadas por el gobierno romano, la derrota y exterminio total de los Zelotes, su propio sufrimiento al ser catalogado como el traidor, las penitencias impuestas por la sociedad, el escarnio público, las burlas, los insultos, las pedradas.

La Misión (6/10)


Tomó el pellejo de agua y enfiló a la ciudad, trataba de caminar con calma, pero sus piernas lo llevaban más rápido que lo que él quería, sin embargo eso no le molestó. Ya llegando a la casa, escucho a unas señoras que volvían de la procesión que había visto la noche anterior. – “Sabes, ese que agarraron ayer no va a sobrevivir, se lo llevaron a Caifas y a Pilatos, ya los dos lo han condenado, ahora van donde Herodes y parece que de allí tampoco va a salir bien librado.
- Ese pobre muchacho que sólo hablaba como loco, creyéndose el hijo de Dios. Me da lastima por eso, no es culpa de él.
- Y crees que eso no es suficiente, el creerse el hijo de Dios, el retar a los sacerdotes. No has visto con la clase de gente con la que se reunía, puros enfermos, pecadores, leprosos, putas. Solamente con esa última compañía es suficiente como para matarlo –dijo una tercera.
Judas Iscariote, Iscariote que significa “el que viene de Keiroth”, se sintió muy mal al escuchar estas palabras. Sin embargo, pensó que Jesús debía mostrar todo su poder, que terminara de mostrar que es el hijo de Dios para salvarse; pero como es tan terco no lo iba a hacer. Pero y sí, él es el hijo de Dios. Aunque él dudó de aquel, aquel que le tendió su mano desinteresadamente en un momento de infortunio, cuando toda la gente que él conocía lo habían abandonado. Dudó de su verdad pero, ahora si quería que demostrase que es hijo de Dios. ¿Qué ha hecho?, Judas se dejó llevar por la celeridad de sus actos, ha obrado mal. En ese momento pensó en que debía detener lo que inició.
El sol ya iluminaba toda la ciudad y Judas corría como nunca lo había hecho, mientras que en su mente y corazón se entrelazaban sentimientos de culpa, dolor y arrepentimiento. -Si sólo se mostrara como el hijo de Dios – pensó - si tan sólo diese muestras de su infinito poder se salvaría, ¿por qué no se quiere defender? Siempre tan tranquilo, es que nisiquiera en esta hora sombría se despiertan en él los sentimientos de supervivencia y actúa tomando decisiones en su vida más allá de esperar.

La Misión (5/10)


Caminó y pensó en bajar a la ciudad, tal vez ya a esta hora nadie lo vería y por lo tanto no lo reconocerían, además debía buscar unas túnicas y parte del dinero que tenia en casa de sus hermanos.
Pero rápidamente cambio de idea, ya que le asaltó un sentimiento de miedo, superior a todo aquello que había sentido en toda su vida. Incluso mayor que el dolor y el miedo que sintió cuando se enteró de su realidad. Dolor insoportable que no conoció descanso hasta que aquel entró en su vida. Divagó un rato hasta que el miedo se fue de su interior, y el sueño le volvió. Poco a poco se sintió cada vez más cansado y con menos fuerza para seguir adelante. Se recostó de nuevo y empezó a dormir, no tan tranquilo como hace dos meses, nisiquiera como hace algunas horas atrás, sin embargo durmió y soñó.
Luego de haber matado a su padre, el extranjero y de tener que refugiarse en las sombras, conoció a un grupo de personas que pensaban como él, gente con nuevas ideas políticas, que luchaban en contra de la tiranía de los extranjeros, recordó como se volvió el líder de estas personas, incluso, algunos todavía lo siguen a pesar de seguir a aquel. Lo siguen por ser una persona de acción, que demostró más de una vez en la lucha que se podía confiar en él, no solamente negociando con la palabra, sino también con la espada. Mañana, se encontraría con ellos, y les lideraría de nuevo, los guiaría a la victoria en contra de los esclavizadores.
Se levantó sobresaltado, por la excitación que le produjo el pensar en la victoria, ya casi amanecía, ahora era el momento de llegar a la casa comunal, donde vivía con aquel y los hermanos, buscar la túnica y el dinero, entre otras pertenencias que poseía allí.
Se estiró con pesadez, todavía se sentía golpeado, pero no le dio importancia, la última imagen que tenía en su mente era la de la victoria y el sacrificio de aquel, iba a ser especial, ya que significaría el inicio de la debacle de los romanos.

La Misión (4/10)


Todo continuó así, hasta la fatídica noche en la que, luego de un percance con el rebaño, su esposa le vio una marca en la espalda, que según él tenía desde niño. Su mujer se lo confesó todo; le contó de donde venía esa marca, marca puesta por ella y por su padre, le habló de la pesadilla que la invadió y el miedo que tuvo.
Él lloró amargamente al conocer toda la historia, la madre de sus dos hijos, la misma madre que por un sueño lo abandonó, un sueño en el que a él lo mostraban como el causante de toda la desgracia del pueblo hebreo, el causante de una gran catástrofe. Su padre fue ese mismo extranjero que le preguntó por su dolor; y que junto con su madre, decidieron abandonarle, lo marcaron en la espalda y lo metieron en una cesta que luego arrojaron al río. Su vida siempre fue difícil y signada por la traición. Su esposa, su madre, eran las mismas personas. Luego de 15 ó 20 años y del parricidio, se reencuentra con su madre y sin saber quien es ella, la toma como esposa, toma todas sus posesiones y además le da dos hijos, de los cuales él ya no sabe nada.
Se sienta en una roca algo consternado y dirige su mirada hacia la hilera de hogueras que ya casi ni se ven; el cielo que antes estaba despejado se tornó nublado y con signos de tormenta. Hace tanto tiempo que no llovía, eso era una señal, estaba seguro de que era una señal, una muy buena, demostraba que lo que había hecho no era malo, más bien era bueno, mejor que bueno, era beneficioso para todo el pueblo. Uno pagaba, los demás se liberaban.
Sin embargo, la tranquilidad no llegó a su interior tan rápido como en la otra oportunidad. Se enjugó las lágrimas y se incorporó; buscaba algo con la mirada, esa mirada de quien busca infructuosamente consuelo espiritual en las cosas materiales; dejó su vista quieta en una esquina del cobertizo, sobre un montón de cuerdas amontonadas. De nuevo en voz alta dijo: “Lo hice por nuestro bien”. Y su voz se perdió en la inmensidad del desierto.