Al llegar al cobertizo, se escondió
bajo la tienda y en el piso rompió en llanto. Su llanto era amargo debido a que
conocía la verdad y eso era peor que vivir en la ignorancia ya había visto el
futuro, sabía lo que iba a pasar. No había vuelta atrás, una acción desencadena
otra. Todo por culpa de él. Su madre tuvo razón al aborrecerlo, pero hizo mal
en abandonarle, lo debieron haber matado y de esta manera él no hubiese sido
quien traicionó a Jesucristo. ¿Qué iba a hacer después de todo esto?, ¿a dónde
se va esconder?, ¿de qué va a vivir?
Mientras todas estas dudas daban vueltas en su cabeza, se
incorporó y miró a su alrededor, sus ojos se tornaron sombríos. Mecánicamente,
buscó una esquina del cobertizo, muy calmado, sin desesperar. Se acercó
lentamente a esa esquina. Se agachó, recogió algo y se fue a un árbol cercano.
Dejó de pensar en los problemas y dijo en voz alta: - Ya encontré la solución.-
subió a un montículo y antes de saltar gritó: - Yo también te amaba.
El sol que siguió su curso,
ya se encontraba al final del mismo, la brisa fría de la noche desértica
empezaba a soplar. El paisaje era idéntico al de la noche anterior, solamente,
a lo lejos y visto hacia el horizonte, un cuerpo inerte se balanceaba sobre la
rama de un árbol. Un cuerpo que nadie lloró, ni reclamó. Sólo fue recordado por
los siglos de los siglos como el traidor que entregó a Jesucristo