jueves, 21 de abril de 2011

La Misión (1/10)


Las monedas tintineaban en su saco, a la par que sus pasos lo llevaban a un sitio lejano donde pudiese pensar con claridad. Acababa de realizar una acción con tal celeridad, que no estaba muy seguro de por qué lo había hecho.
Ya había caído la noche sobre la ciudad, un fuerte y frío viento comenzaba a soplar, así son las noches en el desierto. No quería volver con ellos, tenía una sensación desagradable en su interior; tenía unas grandes ganas de pensar en lo que había hecho. Él no creía que había actuado mal, estaba seguro de sus convicciones, sabía que era lo mejor que podía pasar, ya no había más esperanzas. Aquel, los estaba estancando en una situación de pasividad desesperante, no se actuaba, sólo se esperaba y no siempre era bueno lo que se recibía de la espera.
Él estaba acostumbrado a las acciones, una acción desencadena otra y así es como siempre había vivido su vida. Aquel, que prometió tanto y no hizo más que hablar y hablar, prometer y prometer; pero nunca actuó, tuvo mucha gente como para dirigir una revuelta en contra del régimen. Él mismo habría dado su vida por aquel, si hubiese enfrentado por la fuerza a los sumos sacerdotes y líderes de la comunidad, incluso en contra de los gobernantes extranjeros y sus grandes ejércitos que dominaban al pueblo que él tanto amaba.
Llegó al terreno que había canjeado con un pastor por unas cabras. Un cobertizo humilde, algo escondido, en donde se podía fácilmente ver la ciudad de cerca, pero lo suficientemente lejos como para pasar desapercibido mientras se observaban los acantonamientos del ejército. Vio los adelantos de las construcciones y se sintió complacido, allí se edificaría el nacimiento del nuevo régimen por parte de los revolucionarios. Y por un momento visualizó muchas de las grandes obras que podrían llegar a hacer, muchas de las cuales soñó con aquel, a quien había entregado.

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