Las monedas tintineaban en su saco, a la par que sus pasos
lo llevaban a un sitio lejano donde pudiese pensar con claridad. Acababa de
realizar una acción con tal celeridad, que no estaba muy seguro de por qué lo
había hecho.
Ya había caído la noche sobre la ciudad, un fuerte y frío
viento comenzaba a soplar, así son las noches en el desierto. No quería volver
con ellos, tenía una sensación desagradable en su interior; tenía unas grandes
ganas de pensar en lo que había hecho. Él no creía que había actuado mal,
estaba seguro de sus convicciones, sabía que era lo mejor que podía pasar, ya
no había más esperanzas. Aquel, los estaba estancando en una situación de
pasividad desesperante, no se actuaba, sólo se esperaba y no siempre era bueno
lo que se recibía de la espera.
Él estaba acostumbrado a las acciones, una acción
desencadena otra y así es como siempre había vivido su vida. Aquel, que
prometió tanto y no hizo más que hablar y hablar, prometer y prometer; pero
nunca actuó, tuvo mucha gente como para dirigir una revuelta en contra del
régimen. Él mismo habría dado su vida por aquel, si hubiese enfrentado por la
fuerza a los sumos sacerdotes y líderes de la comunidad, incluso en contra de
los gobernantes extranjeros y sus grandes ejércitos que dominaban al pueblo que
él tanto amaba.
Llegó al terreno que había canjeado con un pastor por unas
cabras. Un cobertizo humilde, algo escondido, en donde se podía fácilmente ver
la ciudad de cerca, pero lo suficientemente lejos como para pasar desapercibido
mientras se observaban los acantonamientos del ejército. Vio los adelantos de
las construcciones y se sintió complacido, allí se edificaría el nacimiento del
nuevo régimen por parte de los revolucionarios. Y por un momento visualizó
muchas de las grandes obras que podrían llegar a hacer, muchas de las cuales
soñó con aquel, a quien había entregado.
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