Dudó... En ese instante dudó, pensó que tal vez había sido
una decisión acelerada, que debió esperar un poco más antes de tomar semejante
responsabilidad. Su mano buscó el saco de monedas y se tranquilizó, de nuevo
visualizó todo lo que podía llegar a hacer con ese dinero, armar a su gente,
comprar comida para los pobres. Realmente tenía mucho dinero, mucha plata.
Se recostó bajo una tienda, que de día los albañiles usaban
para comer protegidos de los inclementes rayos del sol y de cara al cielo,
observando lo despejado que estaba empezó a dormir.
En su sueño, recordó su infancia, la felicidad de los
primeros años truncada por la pesadilla que invadió a su madre y la decisión
que siempre consideró el principio de todos sus problemas: el abandono y la
separación a temprana edad de la familia, la adopción por parte de una nueva,
que era la dominante en la Isla de Keiroth. Su hermanastro, por el cual tuvo
que dejar su nueva vida y fue sometido a las mayores vejaciones y humillaciones
por parte de la sociedad.
Se despertó, sudoroso, nervioso y con un mal sabor al
recordar esas etapas sombrías de su vida. Recordó la deshonra que le hizo pasar
su madrastra al reconocer públicamente que él había sido adoptado por ella,
luego de encontrarlo. La humillación lo hizo huir y refugiarse en las sombras
ya que no soportaba las miradas de reprobación y lastima con que las demás
personas lo observaban.
De nuevo miró al cielo y en su mente la imagen de aquel lo
hizo reconfortarse, sin embargo, esa sensación no duro mucho, recordó que
acababa de traicionarlo. Se turbó y dijo en voz alta: “Lo hice por nuestro
bien”. Lo repitió varias veces, su voz cortó la tranquilidad de la noche,
aunque a lo lejos se escuchaba una algarabía y se podía observar una larga
hilera luminosa, que no era otra cosa más que la muchedumbre del pueblo, en
procesión, tras aquel.
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