sábado, 31 de julio de 2010

Deseo (7)


Verónica, como por instinto, se excusó con Delia, se levantó de la mesa y se fue al baño, como si Abel pudiese sentirla a través del teléfono.
En la soledad del baño, mientras se sonreía de la vida y ese episodio en particular, rememoró como terminó aquel día con Abel. Cuando llegó a su casa y aun con ganas de sentir la grandiosa agonía del orgasmo, se desnudó, dejando un camino de ropa a lo largo de la casa- ventajas de vivir sola, diría ella- y se acostó, dejando todo el placentero trabajo de apagar el fuego a sus dedos. Nunca fue amiga de los consoladores. Prefería sentirse, tocarse y disfrutarse ella misma. Conocer cada pulgada de su sexo, embriagarse por el contacto de sus propios jugos y no sentir la necesidad de esconderse detrás de ningún hombre o artilugio para conseguir el placer.
Se colocó una almohada bajo la pelvis, levantando un poco su sexo, dejando más al descubierto el clítoris, que se abría camino entre los labios menores. Sus manos, interpretaban el papel de unas manos desconocidas, que recorrían su cuerpo y cuyo único objetivo era llegar a su vagina. Justo allí, un afluente fluvial se desataba, dando cuenta de su estado de excitación y permitía que sus dedos se humectaran antes de asaltar el clítoris, con un frenético, pero delicado movimiento circular, en el cual la yema de los dedos hacían una leve presión, enviando pequeñas descargas eléctricas a un ritmo desenfrenado, por todo el cuerpo, hacia el cerebro.
Obviamente, su imaginación tenía una importancia capital durante estas sesiones de masturbación, pues recreaban el ambiente necesario para lograr la máxima satisfacción sexual que podía obtener de esa forma. A veces, fantaseaba con gente imaginaria, que tenían un cúmulo de características especiales, tanto físicas como psicológicas. Otras veces, simplemente se dejaba llevar, por momentos o “escenas” vividas en su vida, situaciones lo suficientemente buenas como para revivirlas en la intimidad. Y otras, el desespero de la falta de intimidad se convertía en una buena excusa para encontrarse con ella misma.
Esa noche, no necesitaba mucho estímulo, pues el inicio de la noche la habían dejado con muchas ganas. Su mente, comenzaba a preparar lo que hubiese sido la noche perfecta y unas piernas bien definidas, tatuadas, se dibujaron en su mente.

Deseo (6)


Se levantó de la cama y escuchó decir a Abel –“Reinita, de verdad te amo, no sé que me pasó. Es la primera vez que me pasa algo así, no te sientas mal, porque no te estoy mintiendo, de verdad te amo.”
El tono suplicante y lastimero de Abel, le molestó un poco, pero se mantuvo serena y le dijo, lo más cariñosa que podía sonar. –“Tranquilo Abel, esas cosas pasan. Hoy ha sido un buen día, de muchas emociones. No te preocupes, de…”
“- Yo sabía mi amada, sabía que me ibas a entender”- la interrumpió Abel, un poco más dispuesto que segundos atrás.- “Eres mi alma gemela, ¿qué bella como me entiendes? Yo lo supe desde que nos entendimos en la cama”
La cara de Verónica era un poema. Una mezcla de indignación, con orgullo femenino y ganas insatisfechas. No supo que responder a eso. Recogió la ropa del suelo y fue al baño. Necesitaba quitarse el olor a saliva que le recordaba a Abel, además necesitaba parar ese calor que sentía por dentro, remanente del buen inicio de la noche.
En el baño lamentó el collar roto y el bikini menos. Entró en la ducha y tomó un baño rápido, necesitaba salir de allí, antes de que a Abel, se le ocurriera la brillante idea de volver a intentarlo. Se vistió y volvió a lamentarse por los objetos perdidos. Se miró en el espejo y con una mueca de risa, se lamentó de su situación.
Al salir del baño se dio cuenta que Abel dormía desnudo en la cama. Verónica volvió a sonreír. Ahora tenía que agarrar un taxi y salir como si fuese una prostituta, antes del cliente, que se queda a dormir en el hotel, mientras ella sale en silencio. -“Por eso es que cobran antes del “show”. Irónica la vida” pensó y Verónica, volvió a sonreír.
Sin hacer bulla salió, tratando de dejar atrás este fatídico episodio de su vida, pensando en que manera le iban a pagar sus amigos por este error. Lamentablemente para Verónica, no todo quedó allí, en ese hotel cinco estrellas de la ciudad. Lo más difícil fue sacar al buena gente de Abel de su vida. Realmente fue muy difícil.
“…No woman no cry/ Oh my Little sister/ don't she'd no tears…” La música sacó de sus pensamientos a Verónica. Delia, reía a su lado. Cómplice por el recuerdo de Abel y le dijo – “Hablando del rey de Roma, quien se asoma”
“- ¿Qué? ¿Ese es Abel?” Preguntó ella sorprendida y controlando un reflejo de salir corriendo. -“Si” –Contestó Delia, aun sonriendo. –“Agustín le cambió el tono del celular, después que nos contaste. Creo que escogió uno bien acertado.” Delia no puedo más y rompió la tranquilidad del momento con una carcajada, que hizo que Agustín se volteara y con teléfono en mano y le hiciera una seña para que se quedará callada.

miércoles, 21 de julio de 2010

Deseo (5)


Verónica no salía de su asombro, como una noche que había empezado tan bien, estuviese tomando estos derroteros. Ella tampoco era tan bella, como para que Abel se convirtiera en un primate. ¿Dónde estaba el caballero que le prestó el saco cuando hizo frío? O para no ir tan lejos, ¿dónde estaba el hombre que se le insinúo en el ascensor?
Volvió a la realidad cuando sintió un dolor en el pezón derecho. La había mordido, el muy idiota la había mordido, agregando –“ ¿te gustó, verdad? Si… sé que te gustó por como te estremeciste”
Verónica, se encontraba deseando que todo terminara ya, necesitaba salir de allí. La mano izquierda del torpe invasor se estaba dirigiendo hacia su braga, el objetivo era su sexo. La derecha seguía apretando el adolorido pezón mordido mientras la boca de él, esparcía su saliva por el seno izquierdo. Chupaba como si estuviese tomando refresco de un pitillo. No era nada agradable.
“-Hay que darle cariñito a las 2 niñitas por igual… ¿Verdad, bebe?” Esa era la guinda del helado. Verónica no podía creer que el tipo joven y culto, caballeroso por demás, que le había brindado una velada espectacular antes de llegar al hotel, se había convertido en ese ser tan baboso y mala cama. Pero aun, no había llegado lo peor.
El objetivo de su mano izquierda no era el sexo de Verónica en sí. Eran las bragas, que arrancó lastimándole la piel de la cadera mientras decía:- “Te amo, nena, ¡ Te amo! ¡Tengo unas ganas de ti que voy a reventar!”
Verónica se sorprendió por la confesión realizada por Abel, más, porque todo su lenguaje corporal revelaba que no quería que él llegara a consumar el acto. Sin embargo, él no de daba cuenta de eso y gritaba que la amaba mientras se erguía en el piso para quitarse el interior tipo tanga y resollaba –“Uy,que rico, ¡que rico, bebe!
Desnuda, sobre la cama, Verónica se sentía vulnerable, la más desprotegida del mundo, aunque al ver a Abel así, sintió lástima de él. No era la primera vez que justificaba la manera de actuar de una persona. Trataba de entender cada una de las circunstancias que podían afectar a un ser humano. No era la primera vez que estaba con alguien que no sabía lo que hacía, además, él se había portado muy bien con ella. Y no se había puesto violento, sino excitado y eso le había hecho perder el control.
De pronto, vio algo que la alteró, aunque fue más lo que tuvo que contener la risa que lo que la turbó, pues Abel, con el juego previó y el roce de sus manos sobre el pene mientras se quitaba el interior, eyaculó sobre los pantalones. No era mentira su confesión en la que decía que estaba por estallar.
La cara de Abel, pasó por todos los colores posibles. Sus ojos se abrieron desmesuradamente como buscando una explicación en el rostro de Verónica, quien tuvo que volver a hacer un esfuerzo para no sonreír. Sobre todo, porque a su mente vino parte del estribillo de una canción de Willie Colón “…Esta es la historia de cayo condón, no le dio tiempo a ponerse el sombrero…”
Abel, retrocedió 3 pasos, arrastrando los pies y se dejó caer en un sillón, sobre su chaqueta. En sus manos, se solidificaba su líquido fecundador, mientras que en el borde de la cama, goteaba hasta formar un charco espeso sobre el pantalón.
Pasaron unos segundos que a Verónica le parecieron eternos. Trato de ver hacia otro lado como no dándole importancia al asunto, pero vio cuando los ojos de Abel se iban poniendo vidriosos. Ella tenía que tomar cartas en el asunto, si quería salir de allí y que la pesadilla de esa noche acabara. Sonrió para sí y pensó -“Realmente ya acabó, necesito que se termine la noche.” 

lunes, 19 de julio de 2010

Deseo (4)


Ella, vestida con una camisa blanca de mangas ¾ y botones, unos brassiers 34B. Una falda vaporosa, tres dedos más abajo de las rodillas, color negro. Un cinturón negro con detalles en azul y plata, que hacían juego con los zapatos puntiagudos y tacón de aguja. Con unos collares de piedras, del mismo azul que el detalle del cinturón, muy largo, con 2 vueltas sobre su cuello y que se enredaba en las manos de él.
Por su parte Abel, tenía un jean azul, zapatos negros tipo mocasín con punta cuadrada, una camisa verde tornasol, manga larga y un saco, que gracias a Dios, ella ya lo había lanzado sobre uno de los sillones de la habitación.
Realmente, la ropa estaba difícil. La falda y el pantalón de él, parecían no querer desabotonarse. Tal vez era una señal, ignorada, de lo que iba a suceder a continuación.
Ella tomó el control de sus prendas y se deshizo de la falda y la camisa. Quedó solamente con la ropa interior. Unas bragas tipo “hilo”, de encaje negro. Que realzaban el blanco marfil de su piel. El brassier 34B, ofreció menos resistencia que la falda y la camisa. Al caer, se asomaron unos senos firmes y en su sitio, con unas aureolas rosadas y unos pezones erguidos, signo inequívoco de estar en la senda correcta.
El collar se había roto y en ese momento no importó. Ella tenía la cama a su espalda y se dejo caer. Abel, no podía zafarse el pantalón, pues de la emoción, se los estaba bajando sin haberse quitado los zapatos. Cuando vio el cuerpo semidesnudo de Verónica, se tomó un tiempo para observar y comenzó a sudar profusamente. Las manos le temblaban y menos podía seguir de pie mientras hacía malabares.
Y no era para menos, pues la luz tenue de la habitación, hacía un juego de claroscuro sobre el cuerpo de Verónica, haciéndola etérea, casi mágica. Su cabello negro, corto, realzaba los finos rasgos de su rostro. Sus brazos, delicados, pero mostraban las huellas de la práctica deportiva. Su abdomen plano, marcado, aunque signado por el eterno reclamo por excesos de días anteriores. Sus piernas, torneadas, largas. Esbeltas. Parece mentira, que durante su adolescencia, esas mismas piernas le hubiesen causado tanto dolor. En el colegio la llamaban “avestruz”, por lo rápido que corría y por lo largas y flacas que eran esas mismas piernas que han hecho babear a más de uno.
Y allí estaba Abel, babeando y balbuceando. Con la camisa abierta, una pierna fuera del pantalón, con la media puesta. Y la otra pierna, entablando una lucha sin cuartel para salir con el zapato puesto.
Ella sonrió y esta vez fue ella quien lo atrajo hacia la cama y buscó su boca. Los labios se encontraron uno contra otro, mientras las manos de ella hacían ágiles movimientos para sacarle la camisa. De pronto, una desesperación se apoderó de Abel y abrió la boca, como un pez fuera del agua. Y literalmente se tragó los labios carnosos de Verónica. Al saberse liberado de la camisa, la abrazó, con una mano por la cintura y la otra apretándole la cara contra la de él, al tiempo que sacaba la lengua. Esta parecía un instrumento de tortura medieval, moviéndose de manera desenfrenada a lo largo y ancho de la boca y la garganta. ¿Tal vez Abel tenía un injerto en la lengua, qué la hacía más larga de lo normal?
Instintivamente Verónica quiso zafarse, pero fue lanzada con fuerza sobre la cama, por lo menos ya no tenía esa larga lengua registrándole la boca de manera poco natural. Sin embargo lo que vino no fue mejor, las manos torpes de Abel comenzaron a apretarle los senos, como si quisiera exprimirles el jugo. Por momentos dejaba de hacer eso y se concentraba en los pezones, como si fuesen la perilla de un radio viejo y estuviese sintonizándolo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Deseo (3)

A pesar de eso, Abel parecía divertido, responsable y caballero. Así que dejándose influenciar por Delia y  Agustín, le dio una oportunidad al bueno de Abel. Tal vez, luego de superados los formalismos del noviazgo, sería un poco más fogoso. Pero no fue así. Se convirtió en una mala experiencia en la vida de Verónica, que además le preocupaba, como iba a ser afectada la relación de ella con Delia y Agustín, sobretodo con él.
La primera noche que pasaron juntos después de ser novios, empezó muy bien. Abel la pasó buscando al trabajo, un viernes. Y la llevó a un restaurant, que el techo se abre y dejaba ver las estrellas, exclusivo y muy romántico. Al llegar, una botella de vino blanco Chardonnay, muy joven y en la temperatura perfecta, sirvió de antesala a lo que se podía esperar de esa noche. La comida, en su justa medida, gourmet, ni mucho ni poco, estaba perfecta. Ella pidió salmón ahumado con salsa de champiñones, puré de papas hecho con leche de cabra. Era la primera vez que comía salmón y leche de cabra. Definitivamente la noche prometía.
Él se desvivió en atenciones. Le abría la puerta, le arrimaba la silla, incluso le prestó el saco, cuando entrada la noche y aun bajo las estrellas, ella comenzó a tiritar. Inclusive, muy decentemente le preguntó si ella quería seguir la velada con él en un sitio más intimo, o si quería ir a descansar. -“La noche es joven y yo… Yo soy toda tuya” - Fue su respuesta.
“-…I know/ there's only/ only one like you/ There's no way/ they could have made two…” La voz cálida y penetrante de Barry White, creaba el ambiente en el carro, las sensaciones, las ganas y el deseo se iban apoderando de Verónica, que no podía creer que esta era la misma persona que casi no la había tocado, durante el noviazgo.
Abel, se veía seguro, lo que le brindaba un sexappeal, que no era muy común en él. Porque, aunque tenía todo el porte de galán, le faltaba un poco de malicia.
Verónica quedo aun más gratamente sorprendida, cuando llegaron al lobby de un hotel cinco estrellas, perteneciente a una famosa cadena internacional. -“Quise que esta vez fuese lo más especial para ambos”- dijo Abel al ver la cara de asombro de Verónica, que a manera de agradecimiento y aprobación sonrió, bajando un poco la cara y entrecerrando los ojos un poco. Dejando el aire impregnado con su pícara inocencia. Truco que aprendió poco a poco con el primer hombre de su vida, su padre. Nunca le negó nada cuando ella hacia ese gesto. Y siempre se lo dijo. –“Hija, cada vez que haces eso me desarmas”
En el ascensor del hotel, subiendo a la suite 1003, comenzó el juego. Abel la atrajo hacia sí. Acercó sus labios a los de ella, pero no la besó, solo rozó su mejilla izquierda y siguió bajando hasta el cuello. Un temblor estremeció las piernas de Verónica, que se aferró a la nuca de él, introduciendo los dedos entre el cabello, rozando con fuerza el cuero cabelludo. Sus labios, intentaban reclamar el lóbulo de la oreja derecha de él.
El pitido del ascensor fue escuchado de mala gana, pues se tuvieron que separar, pero lo agradecieron cuando al abrirse la puerta, entraba una pareja de octogenarios turistas, vestidos elegantemente, que iban a disfrutar del bingo del hotel.
Pasada la formalidad de la salida del ascensor, el incomodo momento de encontrar la fulana habitación y el desespero de abrir la puerta con la tarjeta digital, que no siempre hace contacto a la primera. Y se encontraron, en menos de lo que se piensa, luchando contra la ropa.

lunes, 5 de julio de 2010

Deseo (2)

“Mija, ¿te perdiste? ¿para donde te fuiste?”- dijo Delia y Verónica salió de su ensimismamiento un poco angustiada y sobresaltada - “ ¿No escuchaste lo que te dije? Horribles esos shorcitos de Agustín, ¡Horribles!”.




Verónica, rápidamente trató de reagrupar sus pensamientos, mientras enterraba en su subconsciente la imagen de las piernas de Agustín, atinando a decir:-“Si… si, no puedo creer que salga con eso, es que me he quedado lela”. Mentira, realmente creía que le quedaba muy, pero muy bien. Además, él siempre se ha sentido a gusto con los colores chillones, esos que muy poca gente tiene el valor de ponerse.


“-Agustín, ¿no te da pena salir con eso a la calle?” dijo Verónica cuando se topó con la mirada de Agustín saliendo del baño. –“ ¡Ah, bueno! ¿te contagiaste de la mente cerrada? Yo sabía que eso se pegaba y no hay cura.”


Verónica volvió a reír, esta vez muy descarada y con una risa sonora que alegraba la estancia, además intentaba tapar el rubor de sus mejillas con las manos que se llevaba a la cara. En cambio Delia, soltó un gruñido de desaprobación mientras miraba inquisidoramente a Agustín y se preparaba a responder. Él, rápidamente y con la experiencia de mil enfrentamientos perdidos, entorno los ojos y se acercó cariñosamente abrazándola. –“ ¡Mentira, mi cosha peshosha! mentira, que la mente cerrada si se cura. Con cariño y mucho amor de este loquito. Con paciencia y salivita”


Delia trataba de zafarse del abrazo zalamero y los besos sonoros que le propina Agustín, que pronto transforma sus manos en armas de cosquillas masivas, atacándole los costados y haciéndola revolverse sobre sí, mientras lo amenazaba entre risas y gritos nerviosos.


“- Se viene la segunda parte, de este partido ¡Impresionante!” la voz del narrador hizo las veces del la campana del perro de Pavlov, Agustín soltó su presa y se despidió dando saltos cortos de izquierda a derecha, como si evitara una ráfaga de objetos lanzados en su contra. ¡Pshhhh! El sonido producido por la lata al abrirla, tapó los comentarios que lanzaba Delia desde la cocina. Y mientras un sorbo frío de una rubia “Grolsch” bajaba por la garganta de Agustín, que con los ojos cerrados, la mente en blanco, se dejaba arrullar por la risa más encantadora que ha escuchado. La de Verónica.


“-Arranca el segundo tiempo, no hay modificaciones por ninguno de los dos equipos…” sonaba de fondo mientras Verónica, recobrando la compostura y con una sonrisa franca decía:-“Qué bello lo que ustedes tienen, Agustín te adora”


Delia, aun con la cara roja por el esfuerzo, no pudo ocultar su satisfacción por el comentario de su mejor amiga. Comentario por demás muy cierto y que la llenaba de alegría.-“Gracias amiga, ya veras que tú también conseguirás a alguien así. Y podrás vivir tu historia de amor.”


“Nada de eso. ¿Quién te dijo que yo quería historias románticas, de príncipes azules? Yo lo que quiero es disfrutar mi vida y un tipo que me sepa atender… No que después de todo, tenga que terminar yo sola el trabajo. ¡Jajaja!” Verónica volvió a reír y Delia, entre horrorizada y cómplice le devolvió la risa.


“-Vero, no seas rata, ¿qué es eso?”


“- Tú sabes, no te hagas la loca, que yo te conté lo que me pasó con Abel”


La historia de Abel es un tanto desafortunada. Realmente más que desafortunada era triste, una historia de expectativas opuestas. De entregas inconclusas o erradas. Abel, un amigo de Agustín, había salido un par de meses con Verónica ante de pedirle que fuesen novios. Abel, era un tipo bien parecido, de ojos verdes y cabello amarillo, las huellas de un ancestro alemán eran notables. Muy culto y por sobre todo una persona de muy buenos sentimientos. Digno heredero del nombre del personaje bíblico original. Sin embargo, era muy formal para ella. En esos dos meses, sus encuentros carnales sólo habían conducido hasta un sostén desabrochado, unos botones de camisa rotos y un mano muy tímida, casi, rozando sus nalgas.

lunes, 28 de junio de 2010

Deseo (1)

Allí estaba él. Sentado en el mueble viendo televisión. Fútbol, como siempre. Bailando entre el borde del asiento y el espaldar, según la emoción del momento. Según anduviese el equipo. Con gestos en la cara que denotaban su desesperación cuando perdían el balón, o el grito mudo de gol, cortado de golpe, por los escasos centímetros que separaban el esférico del fondo de la red. Ese, no era un buen momento para acercársele, cuando lo interrumpían no decía nada, pero como lo sufría.
Era tácito, todos sabíamos eso, bueno, yo lo sabía, pero Delia no hacía otra cosa que preguntarle y hablarle de cualquier cosa, en ese preciso momento. Él volteaba un par de veces, sonriendo. La tercera vez, su mirada gélida se posaba sobre ella, mirándola con sumo desprecio. Y si se aventuraba a una cuarta, se paraba y apagaba el televisor, a la vez que decía, “Bien, hoy no es día de fútbol. Tampoco es que me importe. Como no me gusta, no hay problema” y se dirigía al cuarto y se recostaba en la cama a ver el techo.
Muchas veces vi esa escena entre Delia y Agustín, suficiente con la primera para saber que no lo debía hacer. Realmente fueron más de las que debí ver. Lo peor es que no terminaban sólo en eso. Al final, se creaba una bola de nieve que los hacía enmudecer de 3 a 4 horas. Y yo, en el medio, la amiga de los dos.
Un grito de gol, sacó a Verónica de sus pensamientos. Agustín saltaba como poseído y se abrazaba con fanáticos imaginarios. Pues solo estaban ella, Delia y él.
“!No joda! Así papá, así es que se gana, ¡pa’ que sean serios! ¡Y dónde están y dónde están, los hijoe’…”
Su cántico de celebración fue interrumpido por Delia, que venía saliendo del cuarto. “!Niño, contrólate! ¿ya vas a empezar con tus vulgaridades? ¿De qué barrio fue que te saqué?
Agustín frenó en seco. Su rostro se endureció un poco, pero no perdió la sonrisa. Verónica, se arrimó a la cocina, esperando que iniciaran la discusión. Delia miraba a Agustín y él, con el rabillo del ojo veía las repeticiones, sin quitar la cara en dirección de su novia. No paso nada, nadie dijo nada.
Delia, sintiéndose vencedora se volteó y entró a la cocina. Abrió la nevera y Verónica tuvo que contener la risa a causa de las muecas de burla que hacía Agustín, remedando a Delia, que ya cerraba la puerta y con un termo de agua se sentaba en la mesa.“ ¿Qué te pasa, Vero? Y ¿esa cara?”
Verónica, también tomaba asiento mientras sostenía una mirada pícara y cómplice de Agustín.
Y así continuaron los minutos. Delia y Verónica hablando de ofertas, de color de esmalte de uñas, de unos vestidos, de sus madres y de una que otra indecencia; en fin, cosas de mujeres. Mientras Agustín disfrutaba de las bondades terrenales de un buen domingo de fútbol, con un aun mejor resultado. Una “bocata”, tortilla de papas con chorizo español y en un pan canilla, para acompañar a las cervezas, muy frías, sacadas del congelador minutos antes del pitazo inicial y arregladas en una cava, convenientemente cerca del sofá.
Delia interrumpe su conversación cuando siente que Agustín se levanta. –“ ¿Se terminó ya?- ¡Hey! Ni lo sueñes, cuidadito con acercarte a la tele, que es sólo el descanso. Voy al baño y vuelvo”
Verónica, volvió a sonreír. Esta vez fue más evidente, realmente encontraba muy divertida la lucha de poderes por hacerse del control remoto. Y sin darse cuenta dejó que la mirada se le fuera a las piernas de Agustín, muy destapadas pues usaba un short de correr, corto, de color naranja. Con unas buenas pantorrillas bien torneadas y adornadas, en las bases, con unos tatuajes de alas, como las de las sandalias aladas del dios romano Mercurio.

miércoles, 23 de junio de 2010

Desasosiego (3/3)


Un último pedazo de su masculinidad cayó al piso y se rompió estrepitosamente contra el piso. Él no era lo suficientemente hombre para ella. Su pecado, haberla querido tanto, más que a su vida, más que a él. Más que a todo. Y así le pagaba, ella quería todo lo que Abel no era.
Luego de escuchar esta noticia, en sus labios hicieron cola cualquier cantidad de insultos y barbaridades para tratar de salir y cachetear a la creadora de tanto dolor. Su mente se encontraba al borde del colapso, pues la rápidez de sus pensamientos, le nublaban la vista. La frente se llenaba de sudor frío. Ese que pone los pelos de punta. Sus manos perdían la fuerza para llevar a cuestas la maleta. Una carga más grande él llevaba encima. Su dolor.
Pronto los lentes se empañaron. Esos lentes que tanto el cuidaba. Sí, los redonditos, esos que lo hacían parecer a John Lennon, esos que le conferían un aire de hippie perdido en el tiempo. Tanteo para buscar el pañuelo y no lo encontró. ¿Donde estaba?
Será el bolsillo izquierdo o derecho del pantalón. Tal vez en el bolsillo interno de la chamarra. Pero no apareció el bendito pañuelo y la vida parecía irse en ello. Que importaba ya el dolor causado. El problema era encontrar el pañuelo para poder limpiar los lentes de Beatles y tratar de tomar el pómulo de la puerta y salir tan lejos como los pies y piernas le dieran.
“-¡Termina de irte!”, pareció más que una orden, una suplica al fin de una pesadilla. Termina de irte fue una invitación a recoger lo poco que quedaba de la integridad y masculinidad de Abel y retirarse en busca de un futuro mejor. Termina de irte fue lo que escuchó antes de sentir como su desasosiego lo dominaba. Termina de irte fue lo último que escucho cuando, a lo lejos, escurrió el sudor de la frente con el pañuelo.

lunes, 21 de junio de 2010

Desasosiego (2/3)


La mente de Abel era un torbellino de ideas que no lo dejaban hablar. Pensaba más rápido de lo que podía articular palabra alguna y eso lo que hacía era desesperarlo más. Presionarlo más, sobre una situación que ya estaba lo bastante mal por sí sola.
El llanto trató de salir, pero lo contuvo. Siempre tuvo miedo a mostrarse vulnerable y siempre que lloraba lo hacía en estricta intimidad. Él y su dolor, su dolor y él eran los invitados a las salobres caricias que recorrían la mejilla del uno a causa del otro. Cuantas noches de desvelo, cuantas horas bajo el agua malgastada de la ducha, llorando en soledad, en soledad llorando parte de su angustiosa situación, situación de la cual, en parte, era culpable.
Cuantas lágrimas habían explorado su geografía a causa de su incondicional estado de soponcio amoroso. Cuantos dolores detuvo, antes de aflorar, en la calle, delante de la gente. Cuantos desplantes tuvo que soportar. Sólo, por el único deseo de ser querido, de que sintieran lo mismo que él.
Pero bueno, así era Abel. Él más grande de los buenos, el bueno buenote, tan bueno que rayaba en lo papanatas. El pobre de Abel, tal vez soportando el peso de una maldición bíblica que lo lleva a duros golpes por el camino de la vida. Pobre Abel.
Al llegar a la puerta, acertó a decir una frase, “yo te amo, no me quiero ir” fue lo único que su garganta anudada permitió decir claramente. Pero la respuesta que recibió fue fulminante como un dardo eléctrico enviado por el dios supremo Griego, una risa acampanada, con un estruendo metálico de trompeta, disiparon cualquier duda. Ella no lo quería más allí. Y su lastimero comentario fue el detonante para la última humillación.
- “Sabes, me cansé de tus caricias torpes y tu cariño baboso. Me cansé de que me ames. Necesito que me cojan, que me maltraten, que dejen de ponerme el mundo a los pies... y definitivamente, tu no puedes darme eso.”

viernes, 18 de junio de 2010

Desasosiego (1/3)


Al no encontrar respuestas, cogió su maleta y se fue. Así terminaba lo que fue un capitulo para el olvido en su vida. Creyó que podía rescatar aquello que amaba, su siempre optimista estado de ánimo lo hizo pensar que podía sobrevivir y culminar de manera exitosa lo que, en un momento, comenzó de manera especial y bella.
Pero por supuesto, no fue así. La vida, que siempre enseña de la manera más difícil, a golpes, había sentenciado que esta historia no tenía un final feliz.
No había forma de interponerse entre la vida y sus designios. No valía ánimo, no valía espíritu, no valía la actitud. Sólo la sentencia firme y cruel de la vida podía tomar forma, dejando sin salida a aquellos ilusos que se creen responsables de sus vidas.
Oh, patéticas vidas de aquellos que con una sonrisa en sus rostros enfrentan los obstáculos del día. Patético intento de evitar lo inevitable. Como hay de esas personas. Abel, era una de ellas.
Volteó y se encontró con una parca expresión de desprecio, esas que son muy sutiles pero que duelen un mundo. Esas que sin dolor, desgarran la carne viva y cuando uno se da cuenta, es muy tarde. El daño esta hecho.
Comenzó la odisea interna, en la cual luchaban sin tregua las ganas de quedarse y completar la misión, contra las ganas de salir corriendo y gritar a todo pulmón que todo estaba perdido.
Cuantas cosas pasan por la cabeza en ese momento, los triunfos, las derrotas, el que dirán. En fin, un sin número de situaciones reales o ficticias que degeneran la mente creando estados de angustia y desesperación, difíciles de soportar. Incluso para aquellos que claman fortaleza interna.

miércoles, 2 de junio de 2010

Llegó la hora (3/3)


Mientras todo esto ocurría en la mente de Doña Brígida, en la realidad; mejor dicho en el exterior, su enfermero Ángel, hacia hasta lo imposible para traerla de vuelta. Le tomaba el pulso, y en vez de recibir signos positivos, los recibía negativos. Ángel temblaba, para sus adentros se trataba de dar toda clase de ánimos, y recordaba lo primero que había aprendido en las lecciones de primeros auxilios. Llamó a Estela y le pidió que llamara a la clínica para que la vinieran a buscar. En ese momento se entablaba una lucha milenaria, que no podía contabilizarse por todas las veces que había sucedido; la lucha entre la vida y la muerte. Por el lado de la vida luchaban Ángel y sus conocimientos, pero por el lado de la muerte luchaban el tiempo y las ganas, que más que ganas era resignación, Doña Brígida estaba entregada a la idea de irse definitivamente de este espacio terrenal. Sus cartas estaban echadas, ya no podía retroceder... Ángel desesperaba cada vez más, y Estela entraba en pánico.
Algo pasó, en el rostro de Estela, se cruzaron los colores de la desesperación y el dolor; Ángel titubeó, sintió como las piernas le fallaban y no le respondían. Lo inevitable, llegó y en el rostro de Doña Brígida la calma, la paz y la tranquilidad florecieron junto con una sonrisa. 

Llegó la hora (2/3)

En su mente volvió la tranquilidad, de nuevo soñó, esta vez si era de un pasado medianamente antiguo, y que revivía sus años mozos, antes de conocer a Don Bartolomé; cuando aun vivía con  sus padres y trabajaba en la Ferroviaria Nacional, en la zona de oriente. Cuanto pudo ayudar a su padre, que aun enfermo velaba por las necesidades de su familia y solo la terquedad de Doña Brígida logró que bajara el ritmo de trabajo y que fuera ayudado por sus hijos. Sus manos ya no se encontraban sobre su cuello, sino que descansaban plácidamente con las palmas hacia arriba sobre la cama, su figura; tendida de esa manera sobre la cama rememoraba a las imágenes cristianas que representan la elevación de Jesucristo a los cielos.
Doña Brígida recordó la muerte de su padre, se acordó del funesto día, el cual se encontraba encapotado, con cortas precipitaciones sobres los dolientes y el ataúd. Vio a su madre, no lloraba, pero en su rostro se podía sentir el dolor; los ojos rojos, por las noches de llanto y por los días de abstinencia. Sintió su propio dolor, ¡ay! Cuanto dolor por la muerte de Don Bartolomé, quiso ser como su madre pero no pudo. No pudo. Por ver la imagen de su hija Estela, arrojarse sobre el ataúd ya cerrado; mientras trasladaban el cuerpo inerte de Don Bartolomé a su última morada, produciendo un desequilibrio a las personas que lo cargaban, y tumbando la urna al piso.
De nuevo la respiración de Doña Brígida se hizo más pesada, sus párpados se entreabrieron, sus manos fueron hacia su pecho, hacia el corazón ya que se le estaba poniendo chiquito, el dolor era una punzada, como si su corazón fuera el alfiletero de una costurera y esta estuviese guardando sus herramientas de trabajo. Temblaba, y sudaba, sudaba y temblaba; las lágrimas se mezclaban con el sudor, un sudor frío que helaba su camino recorrido sobre el cuerpo. Esbozó la imagen de su hija llorando sobre su urna, lo cual produjo más llanto y dolor; a su vez ese dolor traía como consecuencia la mayor dificultad para respirar, y un silbido estremecedor salía de sus entrañas. Su rostro se estaba azulando, como producto de la inminente asfixia, que la atacaba en ese momento; sintió que la hora había llegado y esperó ver a su esposo o a la luz brillante y blanca que supuestamente lo ilumina a uno cuando se muere, el camino al cielo, al Paraíso. Ella pensaba que había vivido una buena vida, y no merecía ir al infierno.

martes, 25 de mayo de 2010

Llegó la hora (1/3)



En ese momento se encontraba dormida, Doña Brígida descansaba, o eso era lo que parecía. Realmente en los últimos 6 meses Doña Brígida no había tenido mucho descanso que digamos. En tiempo la enfermedad que la mermaba se fue haciendo más poderosa dentro de ella, y los medicamentos ya eran insuficientes para hacerla sentir mejor; es más, según ella lo que hacían los medicamentos era empeorarla. No descansaba, solo tenía momentos que le endulzaban la larga agonía. En ese momento dormía, se escuchaban sus ronquidos en el cuarto de al lado. Parecía tranquila, soñaba, realmente hace tiempo que no soñaba; pero ahora lo estaba haciendo.
Evocaba en sus sueños un pasado no muy lejano, en el cual todavía podía hacer lo que más le gustaba en la vida, pintar. Encontrar la textura necesaria para expresar  los sentimientos humanos, las vivencias, el día a día. Los colores, su pasión, representaban para ella lo más importante después de su familia, era la única manera de serle infiel a Don Bartolomé, su amadísimo esposo, que en estos momentos no se encontraba con ella ya. Él había muerto un año antes, víctima del inexorable paso del tiempo y los excesos, los cuales le pasaron factura en uno de los órganos, el más importante para el desenvolvimiento de la función vital, el corazón.
Su muerte había sido anunciada, no sólo por el consejo preventivo del médico de confianza, sino también por los tres pre-infartos ocurridos antes del fatídico acontecimiento.
Doña Brígida sufrió un espasmo repentino en todo su cuerpo, su respiración se entrecortó, sus manos buscaron rápidamente la garganta, gesto instintivo propio del que se ahoga, que trata de retener ese aliento de vida que se le es retirado, sin consulta y de una manera inesperada. Dos lágrimas saladas recorrieron melancólicamente sus mejillas lívidas y frías al tacto, hasta posarse, una en la comisura de sus labios, la otra siguió por la barbilla hasta desaparecer en la caída que va hasta el cuello, danzando al son de los pliegos de piel que forman el tiempo y la experiencia, que nuestra pobre condición humana siempre busca esconder y  significan la proximidad de la hora final, a las cuales llamamos arrugas. Doña Brígida en ningún momento abrió los ojos; en esta actitud se podía percibir la resignación a uno de los dos momentos más inevitables que tiene el ser humano, y al cual todos se le oponen.

lunes, 3 de mayo de 2010

Él y Ella (3/3)


Tomó lápiz y papel y anotó. Luego lo dejó con una rosa sobre la cama, recogió algunas cosas y se fue.
Se fue sin rumbo conocido, sólo tomó la vía que estaba más cercana y trató de desaparecer en la noche que con su manto tapaba todo a su paso.
Ella, llegó un poco más tarde de lo normal, realmente había sido una tarde movida. Se sorprendió ver la casa vacía y entonces lo llamó. “... Deje su mensaje” fue lo que el teléfono le contestó. Decidió cambiarse para dormir y al pasar al lado de la cama, vio una rosa roja. Su favorita, junto con una nota. 
Un grito ahogado quiso salir de su garganta al darse cuenta de que fue descubierta. Un modelo de carro, unas placas y el nombre de un hotel estaban en la nota.

jueves, 29 de abril de 2010

Él y Ella (2/3)


-“Es un compañero de trabajo” Pensó Él, inocente, ¿o ciego? Pero su temor se hizo presente y los siguió a poca distancia.
Todavía en la puerta del hotel, sintió un halo de esperanza en su interior. “Ella es una representante hotelera, esto no tiene por que extrañarme”. De nuevo, inocente. Eso era un “matadero”, Él lo sabía, pero el amor nublaba su entendimiento.
Entonces, la cruda realidad llegó como una cachetada certera. Él- inocente- la llamó por teléfono. Ella contestó, y dijo que se encontraba en una reunión en la oficina, que por favor la llamara luego. Fulminante sus palabras y de nuevo, la mueca de asombro se hizo visible bajo el casco.
Su corazón estaba desecho, Él, quien tanto la amaba, ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Arrancó y trato de ver a través del torrente de lágrimas, aunque realmente ya no le preocupaba su bienestar. Ella lo había masacrado eficientemente.
Él no sabía que hacer, no tenía donde ir, no terminaba de decidir si devolverse y pelear o simplemente huir, con el dolor de su corazón a otro lado.
Él tomó la decisión correcta, huiría. Pero no sin antes hacerle saber a Ella, el porqué de su partida.
Llegó a la casa y abrazó al perro y este lloró junto a Él. Se levanto y haciendo un esfuerzo sobrehumano consiguió llegar al dormitorio, donde tantas veces Él creyó que le hacía el amor a su alma gemela. Hoy se dio cuenta que no era así.

martes, 27 de abril de 2010

Él y Ella (1/3)


Su corazón estaba desecho. Él, quien tanto la amaba, ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Él, que tanto le entregó se vio traicionado, cuando vio a su esposa entrar, en compañía de otro hombre a un conocido hotel de la ciudad.
Pero allí no fue donde comenzó todo. Tenía días sucediendo algo... Él lo notaba, ya no había la misma alegría en la casa, las noches no eran de fogosa actividad. Sólo era llegar  y asumir las culpas de lo que a Ella le sucedía.
Pero allí no fue donde comenzó todo, Ella ya no reía ante sus impertinencias inocentes, Ella ya no se fijaba en Él.
Fue ese día, cuando se dio cuenta de que era lo que realmente sucedía. Él, ya no era a quien Ella amaba. Había uno más. La pregunta constante de nunca responder, ¿Por qué?
Justo ese día que fue a buscarla más temprano al trabajo, en la flamante nueva moto, con un casco y una chaqueta nueva que disimulaban las formas y colores de la ropa con la cual salió en la mañana de la casa.
Y allí estaba Ella, tan bella como siempre. Deteniendo el tiempo a su paso. A colores. Lo demás en blanco y negro. Ella resaltaba, como siempre. Así la veía Él. Poderosa, bella, impactante, toda ella era un acontecimiento. Que nacimiento de Venus. Si Paris la hubiese visto, le hubiese entregado la manzana de oro y las deidades griegas hubiesen aceptado esa verdad. Así era Ella.
Y en el preciso instante en el que Él se iba a acercar. Se detuvo un auto. De clase. Nuevo. Negro. Él pensó, “Debe estar perdido” y su cara de asombro fue invisible por la presencia del casco, cuando ella abrió la puerta, miró para los lados y se montó.

sábado, 24 de abril de 2010

Decepción (8/8) Entrega Final


Volvieron a cruzarse las miradas, estas vez ella no soporto la gélida mirada inquisidora de él y volvió el rostro. Él se mantuvo un instante en suspenso, decidiendo sí dejaba salir los pensamientos nuevos acerca de ella, traducidos en palabras.
Pero no. Se paró y dejó para si esos pensamientos. Ya una nueva decisión estaba tomada. Esta, no le costo tanto y le iba a dejar un mejor sabor de boca. Tal vez muchas consecuencias, pero eso era lo de menos.
Mientras conducía a su apartamento, una fatal desesperación le hacía compañía, no pensaba en nada en específico, pero tampoco prestaba atención a la vía. Ni siquiera se detuvo a recapacitar en la premonición que pudo haber sido el frenazo de otro carro en una intersección. Siguió conduciendo cómo un autómata, sólo sintiéndose vivo con cada punzada que penetraba su alma y destruía su ilusión.
No metió el carro en el estacionamiento, lo dejó mal parado sobre la acera y tomó rumbo al ascensor. Dejó con la palabra en la boca al vigilante que le quería dar un recado. El ascenso se le hizo eterno a Plácido, que no daba crédito a lo lento que se le hacía llegar al piso 7. Para pasar el tiempo se puso a buscar las llaves del apartamento en sus bolsillos, primero en el derecho y no las encontró. Introdujo su otra mano en el bolsillo izquierdo y tampoco estaban allí. Se reconoció presa de la desesperación y tomando aire, volvió a revisar. En eso el ascensor marca el 7.
Su apartamento tipo duplex, queda enfrente de la puerta del ascensor y al abrirse este, nota que la reja esta entreabierta. Se acerca un poco más y ve que tampoco la puerta está cerrada. Entra y sin pensar llama con un grito a Manu, que no responde. No escucha sus ladridos, ¿puede ser que se haya escapado? ¿Habrá dejado él abierta la puerta y la reja cuando salió en la mañana? Instintivamente, vuelve sobre sus pasos matutinos, hasta llegar a la cocina y ve el cuerpo tendido y sin respirar de su fiel perra y junto a ella un envase abierto de veneno para ratas.
Plácido corre a su lado y levanta el cuerpo inerte. Esta vez, las lágrimas pudieron más que la cordura y el llanto explotó mientras abrazaba el cadáver de la perra.
Por todas estas emociones encontradas en un mismo día, no se da cuenta que falta el televisor pantalla plana de 42 pulgadas que tiene en la sala, o el X Box, o el dvd player. No sé da cuenta que en su cuarto las gavetas de la cómoda están en el suelo mientras una persona hurga de manera rápida y desesperada por objetos de valor y que se detuvo, asustado,  al escuchar “Manu” gritado por alguien desde la entrada del apartamento.
Tampoco se da cuenta de la persona que se para detrás de él, que salió desde el estudio y que apuntándolo con un arma,  se encarga de sesgar en fracciones de segundos, una vida que hasta ese entonces no había sentido, una decepción.

domingo, 18 de abril de 2010

Decepción (7/8)

Plácido se encontraba tan sumido en estos pensamiento que no atinó a escuchar la continuación de la frase. Sentencia lapidaria que destrozaría su vida. “Estoy embarazada, el padre es Camilo, por eso no me puedo casar contigo. No es justo ni para ti, ni para él, ni para el bebe.”
La vida se le escurrió a Plácido como agua por un desagüe, un derrumbe de sentimientos comenzó en su interior. Una cascada de lágrimas se agolpaban en el borde de los ojos esperando la orden de salida para dejarse caer, en una vertiginosa caída libre. El reloj se detuvo, pero el tiempo continuó avanzando inexorable, contando cada latido como el último. El corazón dudó por un momento en detenerse, pues la sangre, pastosa, espesa, pesada, le hacía su labor muy difícil. La respiración se entrecortó, la nariz colapsó por la presión ejercida por la mucosidad que acompaña al llanto.
El temblor de las manos se hacía cada vez más evidente, a lo lejos, observaba el mesonero desde la barra, sin ganas de acercarse y con la bandeja con los jugos al hombro. Para Plácido y para ella el mundo se había detenido, pero para el resto del mundo ellos eran un caso indescifrable, intocable. Y el mesonero pensaba, ¿Qué hago con los jugos?
Ella, al verlo tan consternado, apuró las respuestas a las preguntas que él no podía construir ni formular.- Fue la vez que te fuiste de viaje, nos encontramos, bebimos de más… sólo fue esa vez.- En su cara el arrepentimiento pintaba los gestos de dolor que acompañaban a las palabras. Ella no hubiese querido que terminara así.
En el rostro de Plácido, la violencia le enarcaba la cejas. Poco a poco, como una droga alucinógena, se apoderaba de sus sentidos, nublándolos. Apartando al sano juicio, apartando el raciocinio, la venganza tomaba un lugar privilegiado en el cerebro. En su mente un sinnúmero de imágenes violentas, teniéndola a ella y a Camilo como protagonistas, comenzaban a proyectarse. Las manos temblaban menos y se movían con una dirección determinada sobre la mesa. Ella sintió miedo al reflejarse en los ojos vidriosos de Plácido y retrocedió, siendo detenida por el espaldar de la silla. Sus manos se apartaron de la mesa y buscaron protección en su regazo. Y con su mirada, siguió el recorrido lúgubre de las manos de Plácido que se detuvieron sobre las llaves del carro.

Decepción (6/8)

- No puedo- dijo casi como un susurro.- De verdad no puedo.- Su palabras iban perdiendo el volumen inicial y la cara de Plácido era una máscara que tapaba sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, en su voz la desesperación marcaba la candencia de las palabras
- Pero, ¿por qué no? Acaso, no estamos creciendo como personas, acaso no te gustaría amanecer conmigo? Abrir los ojos a mi lado. Porque a mi si me gustaría que lo primero que vieran  mis ojos al despertar seas tú. Y llegar a casa contigo en ella, atendiéndome, atendiéndote.
- ¡Para!, no sigas… No puedo. ¡Escúchame!.- Y la cara de Ella iba perdiendo la majestuosidad de siempre. Y su piel, nacarada, a cada segundo que pasaba iba tornándose roja. Las lagrimas caían en tropel, sin gemidos. Sólo la voz entrecortada acompañaban al llanto mudo que empapaba el mantel de la mesa.- No puedo, escúchame, por favor. No te molestes.
Plácido contuvo las ganas de pararse de la mesa al pedir explicaciones. Se sentía muy decepcionado, para nada era esta la situación que él había esperado. De hecho, sentía que no estaba preparado para esta respuesta. A pesar de haberla visualizado durante su trasnocho y de creer que podría soportarla. Había fallado en el momento importante. El cerebro no le respondía bien. Las manos le temblaban. La garganta era un tobogán ardiente, la saliva se le secaba, cada vez le quedaba menos. El corazón latía aceleradamente. Tenía ganas de gritar, de correr y dejarlo todo atrás.
- No estoy molesto,- murmuró- Pero no entiendo tu respuesta. No me lo esperaba. Ayer parecía ser este el camino.
- Estoy embarazada.- Las palabras salieron de la boca de ella como una saeta que hizo blanco en la humanidad de Plácido, que palideció y se recostó sobre el espaldar de la silla. Ella estaba embarazada. Definitivamente esa respuesta no era la que esperaba. Sólo atinó a preguntar: ¿Cómo?- Se dio cuenta que esa no era la pregunta que debía hacer. Él sabía como. Muchos encuentros de piel desnuda, sudorosa, tenían en su haber. Sólo la primera vez fue incomoda. Risas nerviosas, caricias torpes. Desconocimiento del cuerpo ajeno. Ignorancia de los deseos del otro. Pero sobraba pasión, lujuria y ganas de aprender. De disfrutar cada centímetro de cuerpo, de sentir toda la fuerza de cada envión. Y la energía explotando en cada orgasmo.
Por supuesto que el sabía como. Cuantas veces sintió ardor en la espalda, un surco dejado por las uñas de ella, justo en el momento de la salvaje explosión. Cuantas veces sintió los labios en carne viva, por los mordiscos de ella. Claro que sabía como, esa no era la pregunta que debía haber formulado. Más bien le interesaba saber más, por qué esa situación no era un punto de unión. Un niño sería el clímax de su historia de vida. Un niño o niña, no importa. Ayer se trasnochó por la idea de pedir matrimonio y hoy, deliraba porque iba a ser padre.

sábado, 10 de abril de 2010

Decepción (5/8)


Cerca, en esa zona, había un restaurante que ofrecía desayunos. Realmente era una luncheria que ofrecía almuerzos, cenas y hasta una comida trasnochada.
Hablaron poco en el carro. Plácido porque esperaba un mejor ambiente para conversar, quería pedirle matrimonio en tranquilidad, no en el carro. Ella, porque estaba distante, un poco, mirando por la ventana los carros pasar.
Al fin llegaron, Plácido estacionó el carro y se apresuro a abrirle la puerta a ella. Encontraron una mesa en la terraza que daba a la calle. Un mesonero, retiró la silla de ella y luego la acomodó. Por su parte, Plácido tomo asiento y casi tumba el servilletero y los condimentos. Ambos sonrieron. No era la primera vez que delante de ella, la torpeza de Plácido hacia acto de presencia.
- Necesito decirte algo, no puede esperar más- Soltó ella sin mucha diplomacia, luego de haber ordenado los jugos. Ella pidió de fresa y Plácido de naranja.
- Pues vas a tener que esperar un poco más, pues yo tengo algo que decirte. Para eso te llamé.- Y la garganta de Plácido comenzaba a secarse. La saliva se hacía más espesa. La vista se le nublaba un poco. Sólo ella, se mantenía ingrávida en el centro de su punto focal.
- Pero…- ¡Pero nada!- Interrumpió Plácido- Te llame yo, en un acto de valentía.- Hoy me salto la caballerosidad y hablo de primero.
- Lo que tengo que decirte de verdad es muy importante, incluso puede afectar aquello que quieras decirme.- Dijo ella, bajando la mirada a la mesa, mientras sus manos jugueteaban distraídamente con una servilleta.
El auriga solar seguía con su andar monótono diario. Poco a poco se iba acercando al cenit. Un calor agradable flotaba en el ambiente, incluso los perros de la calle se dejaban llevar por la tranquilidad producida por el calor.
Plácido la observaba fijamente. Esperó a que levantara la mirada y cuando lo hizo dijo sin pensar: - Cásate conmigo.
Sus ojos se encontraron súbitamente y se mantuvieron sin parpadear lo que pareció una eternidad. Una lagrima asomó por el ojo izquierdo de ella. De pronto los sonidos de la calle desaparecieron y se escuchó como un trago grueso atravesó la garganta de Plácido, la manzana de Adán se elevó lentamente y volvió a su posición. Las manos de él buscaron las de ella, esperando fundirse en un apretón que delatara su respuesta. Pero ese apretón nunca llegó. Ella bajó la mirada y rompió el silencio con un suspiro prolongado.

lunes, 5 de abril de 2010

Decepción (4/8)


Las manos le seguían sudando, un poco más al acercarse el momento de encontrarse con ella. Los pensamientos se reunieron en tropel atropellándose entre ellos. Bajó la velocidad, una señora atravesaba la calle de una manera poco segura. Mientras esperaba que terminara de cruzar, Plácido fija su mirada en la fachada de piedras por donde saldrá ella. De pronto, la puerta se abre y el mundo se detiene. Poco a poco todo va perdiendo su brillo natural, los colores poco a poco se van opacando hasta ver todo en blanco y negro. La gente no camina, gracias a Dios la viejita ya cruzó, el viento no sopla. Los pájaros no cantan. El reloj no avanza.
Sólo ella, con su paso acompasado, como por una pasarela de alta costura, se mueve. Su cabello liso, sobre los hombros, ondula en cámara lenta con cada paso. Sus ojos irradian más luz que el sol y con cada parpadeo se adueña del lugar. Su piel blanca como el marfil, crea un halo tenue alrededor de su cuerpo. Como un aura mágica y casi mística. Al reconocer el carro de Plácido, sonríe. Uno de sus tesoros mejores guardados, con unos dientes como perlas y con la capacidad de iluminar una sala oscura con luz propia.
La sonrisa no dura mucho y con una seña le invita a avanzar. Ya no quedaba ni rastro de la anciana y un carro se acercaba doblando por la esquina. Aun le faltaban unos pocos metros para recogerla. Avanza, pero se le apaga el carro. Plácido sonríe, baja la cara mirando el volante y temblando lo enciende de nuevo. Cuando está por avanzar, escucha la voz de la diosa Afrodita en persona – Ya estoy aquí. Abre la puerta.
Plácido hubiese querido bajarse y abrirle la puerta, pero se contentó con subir el seguro y esperar que se montara. Acercó su cara a la de ella, buscando un beso en sus labios carnosos de dulce sabor, pero se encontró con una fría mejilla. Ella, había esquivado con mucha gracia el contacto de los labios. Sonrió de nuevo. Pero Plácido puedo ver que no era precisamente alegría lo que motivaba esa mueca en la boca.

viernes, 26 de marzo de 2010

Decepción (3/8)


Ella, como Plácido, compartían en la misma medida un gran amor por la libertad de acción. Por estar libre de ataduras y compromisos. Por el vivir día a día, sin más responsabilidad que ellos mismos.
Por supuesto que desde ese punto de vista, es muy difícil conciliarse con la idea del matrimonio. Así pensó Plácido y se sintió feliz al decir esa palabra que le había asustado por tanto tiempo. Pero que ya había llegado para quedarse.
De la alegría dio paso a la locura, corriendo como un niño hacia el baño, mientras se iba desnudando, dejando un rastro de ropa por donde pasaba.
Hizo todo lo más rápido que podía. No le importó dejar el baño mojado, o la toalla húmeda sobre la cama. Ni siquiera haberse puesto medias de colores distintos. Sólo dudo un momento a la hora de escoger entre un jean o unos pescadores. Era domingo. Lo recordaba perfectamente, de hecho, lo recordaría toda su vida. Recordaría este domingo, como el día más feliz de su vida. Era domingo, entonces pescadores y zapatos de goma.
Cogió la cartera, las llaves del auto y se fue sin notar que Manu no trató de salir cuando dejó la puerta abierta, en el momento que se devolvió a tomar el celular.
Trato de mantener la cordura mientras manejaba. Era importante llegar vivo a su cita con el destino, se decía entre risas. Plácido estaba a reventar de contento. Aun no le había dicho nada a ella, pero se alegraba de poder sentar cabeza con esa mujer tan especial.
No sólo era bella, que de más está decirlo, parecía una modelo de revista, de hecho, levantaba todas las miradas por donde pasaba, de hombres y mujeres. Y a Plácido, más que lamentarse o sentirse opacado, se sentía el rey del mundo. Internamente, le daba mucha risa la envidia que podía levantar, incluso entre los amigos. Como la vez en que Camilo, luego de tres botellas de escocés, con el hablar entrecortado, pausado y arrastrado, propio del que está bajo los efectos del alcohol le dijo:- Bro, cuídala. Cuídala, porque esa es tremenda mujer. No, perdón… Es un monumento de mujer. Tal vez demasiado como para ti. Que ojos, que boca, que cuerpo, que manos… Cuídala, no te vayas a quedar sin esa diosa.-
Plácido se sonrió. Camilo era más que un amigo. Era un hermano. Cuantas aventuras, cuantas situaciones habían vivido juntos. ¿Cuántas veces no había sido Camilo, quien le cubriese la espalda? Pobre Camilo, en la mañana siguiente no se acordaba de nada y pasó una semana disculpándose, con  los dos. Con él y con ella.
Faltando dos cuadras para llegar a su destino, usó el consabido código de repicarle 3 veces, para que ella fuese bajando y lo esperara en la planta baja del edificio.

lunes, 22 de marzo de 2010

Decepción (2/8)

El agua fue como un elixir divino que bajaba por su garganta, hidratando de nuevo su cuerpo y produciéndole una sensación de tranquilidad que ya comenzaba a extrañar. Eso le dio fuerzas e incluso coraje y se dispuso a no darle más vueltas a la situación. Había tomado una decisión y la iba a llevar a cabo.
Le dedicó una mirada a Manu y vio su lengua acompasada con la respiración entrado y saliendo de la boca del can. Caminó hasta la mesa, tomó su teléfono celular y apretó el número 2 del marcado rápido.
Repicó 7 veces, antes de sonar la tediosa voz de la grabadora, autorizando a dejar un mensaje luego del tono. Apretó el botón rojo y el verde dos veces, en esa misma secuencia. El “La” del tono le resquebrajaba los tímpanos con cada aparición. A la séptima colgó y se dispuso a llamar de nuevo, con cierto estado de desesperación que le comenzaba a invadir el cuerpo. El animo que le había impregnado el agua, comenzaba a desaparecer.
Al cuarto repique, con un nuevo pensamiento en la cabeza, recibió respuesta del otro lado del auricular.
Era una voz melodiosa, candida, casi inmaculada. Femenina e hipnotizante. A Plácido el corazón se le detuvo y comenzó a latir de nuevo. Calmado, sosegado, tranquilo. Las manos seguían sudorosas, pero era otra la razón. Sonrió al darse cuenta de todas las cosas que le hacia sentir esa mujer y reconoció que estaba tomando la decisión correcta.
-Hola, ¿Cómo estas? ¿Qué vas a hacer el día de hoy? Quisiera hablar contigo- dijo él. – Hola, muchas preguntas, ¿no te parece?... Je, je… yo también necesito hablar contigo.
Su voz no sonaba tan calmada como siempre, incluso su risa de terciopelo, acababa de sonar nerviosa. Sin embargo su respuesta había sido mejor de lo que Plácido habría esperado. Él sabía que eso era otra señal, de haber tomado la decisión correcta. Ya no tenía más porque temer. Pronto iba a sacar de su cuerpo lo que tanto le pesaba y por las señales hasta el momento, todo iba a salir a pedir de boca.
-No desayunes, en una hora estoy allá- En la voz de Plácido se notaba la seguridad que lo había abandonado la noche y el día anterior. Una seguridad que incluso minutos antes no estaba allí con él.
-Seguro, será mejor así, antes de que me arrepienta- dijo ella, respuesta que a él le pareció extraña. Pero vio delante de sus ojos, como una película, todo el insomnio anterior, las preocupaciones, los pensamientos, las consecuencias y sonrió. Seguramente, para ella era tan duro como para él, ver el mundo desde esa nueva perspectiva. 

jueves, 18 de marzo de 2010

Decepción (1/8)


No había dormido bien la noche anterior, y eso le pasaba factura en su rostro. Por no hablar de su cansancio. Sentía el cuerpo pesado, incomodo. Le molestaban los brazos, no sabía que hacer con las manos sudorosas. Le picaban las palmas, sentía los dedos hinchados.
Sin embargo, a pesar de este aletargamiento, su cerebro rebozaba de actividad. Pensamientos iban y venían. Se enmarañaban, se soltaban y se volvían a enmarañar.
De hecho, esa era la causa de su desvelo. Un único pensamiento se le arremolinaba en la mente. El problema era que a pesar de ser uno solo, tenía muchas ramificaciones, posibles consecuencias. Y justamente era eso lo que quería evitar, las consecuencias. Sabía que no podía evitarlas, pero trataba de minimizar al máximo las posibles sorpresas.
Él no era así. No se reconocía. Toda su vida, 28 años muy bien vividos, habían sido desenfrenados y alocados. Sin mucho planificar. Si lo pensaba lo hacía, mejor dicho, si lo sentía se convertía en realidad. No había tiempo para las consecuencias. Igual, al final del día, tendría que lidiar con ellas. Era preferible dejarlas llegar y ya.
Pero allí estaba. Con un nudo a la garganta. Con una sed que le erosionaba la boca y la lengua. La saliva espesa, viscosa, pegajosa era difícil de tragar. Con la cabeza llena de un pensamiento que giraba y giraba. Pero con la certeza casi mística, de saber lo que tenía que hacer. Y era eso lo que más le asustaba.
Plácido se levanto de la cama y más por inercia que por voluntad, se arrastró hasta las escaleras que comunicaban su habitación con el resto de la casa.  Se mareó un poco, como sintiendo vértigo, al chequear la misma distancia de 5 escalones de la escalera tipo marinera de todos los días.
-Venga idiota, baja de una vez- dijo en un murmullo, masticando la palabras. Se aferró a los pasamanos y bajó lentamente. Se sentía sólo. ¿Estaba sólo? Ni siquiera su perra ladraba. Esa aparatosa pero leal mestiza que recogió en la Libertador, cuyo nombre se debatió entre la versión vulgar de la profesión más antigua del mundo y Manuela, en honor a la llamada “Libertadora del Libertador”, Manuelita Saenz, pero siendo bautizada como “Manu”, por ser un nombre sencillo y corto, como se recomienda usar con los perros. Era de tamaño mediano, de contextura atlética, amarilla con el hocico negro. En su ascendencia, los genes de un pastor alemán aun trataban de sobrevivir. Era un poco alocada y no había forma alguna que dejara la maña de comerse cualquier cosa que encontrara en el suelo. Una vez, consiguió 5 bolívares en monedas de 1 y de 50 centavos, en una radiografía en una visita al veterinario.
Caminó hacia la cocina. Buscaba la nevera, necesitaba agua. Fría, muy fría para ver si se le quitaba la resequedad de la boca. A medio camino entre la nevera y la lavadora, vio a Manu echada. Se veía un poco incómoda. A Plácido le pareció raro, que no se levantara a exigirle su ración de cariño matutino. Sin embargo, él se sentía mal, como para jugar o agacharse y examinarla mejor. Tomó una jarra de la nevera y bebió directamente de la botella.

sábado, 6 de febrero de 2010

Locura temporal

Laberinto en la mente, de sueños inconclusos, de sentimientos flotando entre el ya pasó y lo que vendrá. De psicosis aterradoras que golpean a las dosis de cordura que aun quedan.Estados positivos cayendo en picada por la opresión de malos momentos.
Noche oscura y fría que abre la puerta de amores pasados, terminados y olvidados.Soledad que se hace un espacio en la cama y se convierte en compañía, reunión indeseada de compañeros habituales. El cigarro y su humo, el escoces, el dolor, el arrepentimiento y la rabia.Cierro los ojos y veo tu cuerpo desnudo sobre mi cama. Tus ojos, como mar en calma, reflejan la luz del sol que hace entrecerrar los míos. Tu piel blanca, de marfíl, es una sensación agradable, el prefecto recordatorio de la química que hubo entre nosotros. Tus pechos, siempre rebeldes, de la justa medida de mi boca y que invitan a ser tocados. Tus caderas, redondas, fuertes pero a la vez muy femeninas.Las piernas, un poco flacas; tú punto debíl, pero que se veían muy bien alrededor de mi cintura o apoyadas sobre mis hombros.
Te veo, pero no estas en realidad. Hace mucho que te fuiste. Hace mucho que ya no estas. Demasiado tiempo sin tu olor en mis sábanas, demasiado tiempo sin ver tu cara ruborizada, con algunos cabellos húmedos de sudor sobre tu cara post- coito. Casi no recuerdo el contacto de tus manos aventureras que descubrían y redescubrían rutas hasta mi sexo, a punto de explotar. Y te reías, disfrutabas los espamos que ocasionaban tus dedos jugueteando en mi espalda, suave, sutil, sensual.
Abro los ojos y no estas, o soy yo el que esta ausente. El que buscó un camino diferente al tuyo. O fui yo, el que no supo conservarte a mi lado.
Abro los ojos y me encuentro con la ventana de la habitación. Afuera repiquetea la lluvía sobre el cristal y los transeúntes corren de techo en techo. Con un periódico sobre la cabeza, evitando el empaparse de un solo golpe. Recuerdo cuando tu cuerpo era besado por la lluvía, o era en la ducha, cuando de pie y aferrada a mi cabeza, suplicabas porque detuviese mi lengua intranquila y obsesionada con la anatomía de tus profundidades. Recuerdo la lluvía cayendo sobre mi cara, o eran mis lágrimas. Surcando los pómulos y cayendo en caída libre el día que te fuiste.
El reloj, avanza. El tiempo, no. Danzan de una manera frenética, intentando enloquecerme a cada minuto. Y la noche, oscura, fria. Me hace recordar, que no recuerdo porque no te tengo